A veces el problema es que tu corazón no quiere admitir lo que tu mente ya sabe (Anonymous)
Muchas veces, la vida
nos pone frente a situaciones críticas, límites, situaciones en las
que no nos gustaría vernos jamás, situaciones que crees que van en
contra de las creencias que piensas que tienes y de los valores que
te han enseñado. Pero de repente, sin motivo aparente sucede. Te
encuentras dentro de este camino y no sabes que rumbo tomar.
Pretendes dejárselo al destino, al paso del tiempo o a la propia
suerte, pero lo cierto es que no sabes ni cómo actuar.
El colapso emocional se
produce cuando la persona valora que lo que le sucede supera los
recursos personales para hacerle frente, y es entonces cuando siente
que no puede manejar lo que le está ocurriendo y va afectando de
manera directa a su bienestar (Lazarus y Folkman, 1986). Este tipo de
reacción genera diferentes tipos de respuesta de afrontamiento en
las personas. Una de ellas es minimizar o negar el problema, es
decir, bloquear la emoción e incluso hacer como si nada hubiera
pasado para intentar no asumir que nos está ocurriendo.
Aparentemente es la más fácil, pero es la que peores consecuencias
tiene para nuestro estado de salud, ya que la inhibición emocional
ocasiona la aparición de enfermedades con el tiempo. Pero también
es verdad que a corto plazo y a nivel inmediato nos puede ayudar a
sobrellevar la situación. Suele ser un recurso necesario, junto con
la distracción y el distanciamiento.
El distanciamiento nos
permite valorar la situación como espectador del problema y ayuda,
con el tiempo, a que seamos conscientes del papel que jugamos en la
escena, por qué nos sentimos como nos
sentimos, qué hemos hecho para llegar a esto, qué es lo que
realmente necesitamos y queremos. La reflexión lógica y
racional no puede ir separada de la emocional, aunque bien es cierto,
que ante momentos de crisis personal ambas confunden a la persona y
de ahí la incapacidad de poder asumir la
situación y evitarla.
En primer lugar, si que
es importante poder desahogarse, compartir los sentimientos, la
preocupación y el miedo con alguien de confianza. O bien, buscar
ayuda de un psicólogo que pueda facilitar la reconducción del
camino. Esto va a favorecer que se reduzca el malestar contenido, sin
embargo, luego se necesitará más. Y he aquí dos caminos, el de la
evitación o el del afrontamiento de la situación. Afrontar la
situación supone aceptar que tenemos miedos y dificultades pero que
tratamos de encontrar un significado a lo que nos está pasando. El
problema, generalmente, no viene solo. No es un hecho aislado, sino
que existen una serie de sucesos predisponentes, a nivel remoto y a
nivel reciente, que inciden sobre la persona y ello acompaña al
desarrollo de la conducta problema y a sus consecuencias.
En nuestro proceso de
vida establecemos un camino a seguir influenciado por nuestra
familia, los valores que nos han dado, lo que nos han enseñado,
aquello que se considera normativo y ajustado a la norma social.
Pretendemos satisfacer las normas de lo correcto, aceptar nuestro
destino, y sin embargo, nadie nos enseña a creer en nosotros mismos
ni a guiarnos por lo que sentimos. Vivimos más pendientes de lo que
pensarán los demás y cómo les afectarán nuestras decisiones, que
de satisfacer nuestra verdadera felicidad. En la mayoría de las
ocasiones, hace que las personas no sean capaces de afrontar las
situaciones y escapen de ellas.
Nos movemos y manejamos
dentro de una zona de confort, metafóricamente hablando es la zona
en la que estamos cuando nos encontramos en un entorno que dominamos,
sea este agradable o no. Es tu lugar de control, donde todo es
conocido y cómodo aunque no sea bueno. Tus conocimientos, tus
habilidades, actitudes, tus relaciones, todo aquello que conoces es
tu zona de confort. Fuera de esta, se encontraría la zona de
aprendizaje, donde puedes experimentar, puedes crecer, puedes
permitir nuevos cambios en tu vida, pero está llena de
incertidumbre, puesto que no la manejas. Existen personas que se
atreven a salir de su zona de confort constantemente para abrirse y
conocer nuevos aprendizajes. Pero hay muchas otras, en las que el
miedo que les provoca genera incapacidad y prefieren permanecer en su
zona de confort, aún estando insatisfechos, ya que salir de ella es
un auténtico peligro.
Luego se encontraría la
zona de pánico, nombrada así por los que no quieren salir de su
zona de confort y que tampoco quieren que tú salgas de ella, el
mensaje vendría a ser “No salgas, va a ser terrible” ”¿Y si
te sale mal?” pero la pregunta podría ser “¿y si me sale
bien?”. Lo que para unas personas puede ser zona de pánico para
otros es la zona de las oportunidades, la zona mágica donde te
pueden ocurrir grandes cosas que aún no conoces porque todavía no
has estado allí. La gente que no se atreve a salir tiene miedo a
perder lo que tenían, o peor aún a perderse ellos mismos.
El no afrontamiento de
las situaciones puede hacer que constantemente nos estemos
preguntando qué habría pasado, y puede que estemos perdiendo una
gran oportunidad de encontrarle un sentido a aquello que nos está
sucediendo. Después de desahogarse es necesario tomar conciencia de
que nos está pasando y que estamos sintiendo. Aceptar nuestros
miedos, inseguridades, rabia y sentimientos contradictorios como
parte de nosotros. Si hemos llegado a esta situación, a este punto
de inflexión en nuestras vidas, puede que sea importante y valiente
afrontarlo. Encontrar un momento adecuado, darse tiempo si es posible
y ver que se puede encontrar de bueno en esto para uno mismo.
Sin embargo, puede
ocurrir que aunque tú te sientas preparado y dispuesto a afrontar la
situación, la otra persona no quiera hacerlo y lo evite. Pero
aunque sientas que existe una forma de manejar y afrontar las
circunstancias o incluso creas que no terminaste de hacer las cosas
como debías, es importante y necesario aceptar las decisiones del
otro de no afrontamiento. Trabajarlo y comprenderlo te hará crecer y
madurar. No todas las crisis acaban en resolución, algunas se
ignoran y tratan de evitarse por el miedo que genera, pero si lo
descubrimos y lo afrontamos con ayuda creceremos y maduraremos como
personas, aprenderemos de la experiencia y nos fortalecerá para el
futuro.
El punto no es aprender a dejar a ir a la gente, sino aprender a dejar ir el pedazo de ti que se quedó con ellos.
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