martes, 4 de noviembre de 2014

LA BURBUJA DE LOS TRASTORNOS MENTALES

El de la locura y el de la cordura son dos países limítrofes, de fronteras tan imperceptibles, que nunca puedes saber con seguridad si te encuentras en el territorio de la una o en el territorio de la otra
(Arturo Graff)

Frases que oigo mucho últimamente “¿Tengo un trastorno obsesivo compulsivo?” o bien “Soy una depresiva mayor con episodios recurrentes”. No vienen sólo de la consulta, también fuera de ella. ¿Acaso estamos en una nueva epidemia: la gran enfermedad mental? Y sobre todo, la maravillosa palabra TRASTORNO. Si, esa con la que se excusa todo, una vez que la oyes ya sólo dices “claro, como X tiene un trastorno no puede comportarse de forma normal”. Se usa tanto hoy día, que me planteo si alguien sabe realmente qué es o qué pasa ahora que hay tanto trastorno. Antes apenas habían trastornos, o se oía menos hablar de ello. Ahora parece que se van multiplicando y cada vez hay más. Incluso los niños. Realmente me parece duro etiquetar a un niño, pero la realidad es que cada vez hay más diagnósticos de TDAH (Trastorno por déficit de atención y/o hiperactividad)y un consumo innecesario de fármacos en menores. Considero más importante entrenar al niño en competencias para su mejor desarrollo cognitivo, emocional y social que medicarlo durante años. Mas que nada porque el propio creador del TDAH, Eisenberg, antes de morir reconoció que creó el diagnóstico para vender pastillas y que era una enfermedad "pseudoficticia", es decir "medio-inventada".

La realidad es que el diagnóstico aumenta enormemente y si te detienes a pensarlo un momento, hace unos años apenas había niños con TDAH. Lo importante sería intervenir con el niño y sus padres, favoreciendo las normas y los límites, resurgiendo los propios recursos del sistema familiar y no aislar al niño como alguien con un problema. En nuestra sociedad es habitual que los dos padres trabajen y cuando llegan a casa, a veces el cansancio se apodera y no son capaces de atender las demandas del niño. Por ello, que el abordaje no sería individual ("trata el síntoma y déjame a mí tranquilo"), sino que supone aunar fuerzas para el beneficio de toda la familia.

Con la etiqueta trastorno, algunas personas se quedan pasivas ante la vida. Asumen que no pueden cambiar, y que su diagnóstico es algo estable en el tiempo y que no van a mejorar ni sentirse más felices porque no son como los demás. Primer error. Por muy grave que sea el problema (un trastorno de personalidad o uno bipolar) siempre puedes hacer por sentirte mejor y por encontrar de nuevo el camino perdido. Implicarte en un tratamiento psicológico, además del farmacológico, entender que la responsabilidad para cambiar está en ti  y que el profesional que está delante te va a acompañar y va a ayudarte a que encuentres tus propios recursos y a que mejores tu calidad de vida.

Al final, psicólogos y psiquiatras sacamos la información sobre las enfermedades mentales del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM), que contiene una larga clasificación. Hay muchos, muchísimos, tantos que una persona de fuera del mundillo se quedaría “trastornada” de conocer algunos. Por ejemplo estaría, el trastorno facticio por poderes (conocido como síndrome de Muchausen por poderes). Es una forma de maltrato infantil, en la que alguno de los padres induce en el niño síntomas reales o inventados que parezcan una enfermedad, con el objetivo de buscarle asistencia médica innecesaria. El padre o madre proyecta en el hijo su necesidad de satisfacer la propia atención médica. De hecho, puede contar en su historia médica con similares enfermedades a las que presenta el niño. Si esto no es para volverse loco, al menos lo es casi. Pero si, existe y está recogido. Pero otra cosa es que se realice el diagnóstico de forma favorable y, por supuesto, tampoco es muy habitual.

Con el DSM, los clínicos y los investigadores de las ciencias de la salud pueden diagnosticar, estudiar e intercambiar información. Pero al final es una información basada en la observación y en la aplicación de pruebas que no son objetivas. Por lo que, a diferencia de otras enfermedades físicas, donde las pruebas corroboran el diagnóstico, en la enfermedad mental el diagnóstico es subjetivo y va a depender de lo que refiera el paciente y el ojo del clínico. Lo que para una persona puede ser un episodio depresivo para otra puede ser una mala racha en la que las circunstancias no ayudan a sentirse mejor. Lo que quiero decir con ello, es que la precisión de determinar un diagnóstico de, por ejemplo depresión mayor, es un proceso muy exhaustivo, y que requiere más de los habituales 15 minutos. La mayoría de las veces lo que le pasa a la gente son problemas reactivos a la situación que estén viviendo, los problemas de la vida.

Antes un duelo por la pérdida de un familiar se respetaba durante años. El luto era algo que se entendía como parte de nuestra cultura y era necesario experimentarlo. Ahora si estás más de dos meses, se considera que se tiene un trastorno depresivo mayor, y gran parte de las veces, se medica a la persona para que no sienta tanto el dolor. Realmente, ¿a dónde estamos llegando? El psiquiatra Allen Frances (director del comité del DSM IV) en su libro, recién publicado, ¿Somos todos enfermos mentales? critica duramente la creación de numerosas enfermedades y el desarrollo de muchas de ellas en "personas con problemas de vida" a través del consumo de psicofármacos. El libro habla sobre el aumento de la psicopatologización en nuestros días y esta tendencia está teniendo mucho que ver con los intereses comerciales de la industria psicofarmaceútica, siendo considerada como el mayor sistema de invención de trastornos mentales y de su tratamiento. Cómo es posible que se inventen enfermedades y que acaban convirtiéndose en reales. Se trataría de una cuestión ontológica, no meramente clínica o empírica, acerca de la naturaleza y modo de ser de los trastornos mentales. También aborda como la medicación mejora eficazmente los síntomas en aquellas personas que realmente lo necesitan por tener un grave trastorno. Pero desgraciadamente, estas personas suelen ser las que no acuden a los centros sanitarios o no suelen estar bien atendidas.

¿Hasta qué punto ayuda a alguien el tener un diagnóstico o una etiqueta? Hoy en día, hay una tendencia cada vez mayor en ver los síntomas desde la causalidad biológica, en detrimento de orígenes sociales y relacionales. El ver la enfermedad desde lo biológico entiende que una persona con bajo estado de ánimo o deprimida lo que produce es una bajada de serotonina. Por lo que muchas veces, la persona en tratamiento farmacológico ve lo que le ocurre como una enfermedad que espera compensarse cuando el medicamento haga su efecto, permaneciendo pasivo y dejándolo pasar sin más. ¿Acaso las circunstancias de la vida no producen malestar? Una pérdida, una ruptura o un despido son motivos suficientes para que alguien que está pasando una mala racha pueda desarrollar miedos, obsesiones y ansiedades. Pero ¿qué sucede si nos hacemos cargo de lo que nos pasa? Que nos responsabilizamos, somos dueños de nuestra vida y de nuestras decisiones. Ser conscientes de nuestras necesidades y fomentar nuestras potencialidades son pasos esenciales para salir del hoyo.

En nuestro medio, perseguimos la adicción y el tráfico de drogas. Pero estamos creando adictos a drogas legales y no pasa nada. ¿Acaso no es para pensarlo? Escudarse en un diagnóstico y estar en tratamiento psicofarmacológico no soluciona los problemas, al final se genera pasividad. Se necesita más. Y vivimos en un mundo rodeados de gente, con experiencias, circunstancias y problemas. Si se hace lo suficiente no se consigue, pero si se hace lo necesario si.

La vida es 10% de lo que me ocurre y 90% de como reacciono a ello








martes, 28 de octubre de 2014

VIVIENDO UNA VIDA MÁS ANCHA

La vida es como una espiral: siempre se mueve en círculo pero jamás regresa al mismo punto

El post de hoy no es mío. Es el extracto de un libro que me parece interesante compartirlo. Lo he leído varias veces y cada vez voy sacando más reflexiones. Invita a pensar sobre como vamos actuando y moviéndonos. Ahí lo tenéis.

La vida es dinamismo, un ciclo compuesto de muchos otros ciclos que se suceden, se mueven, se entremezclan. Un continuo cambio. Para cambiar, para dejar atrás lo anterior y dar un paso a lo nuevo, son necesarias las despedidas.

Una y otra vez, en el transcurso de nuestra existencia deberíamos saber decir adiós a lo que ya no va bien, a lo que ha concluido en nuestro corazón, abriendo las puertas de par en par a la novedad continua de la vida. Si nos cerramos al cambio, paralizados por el miedo, jamás descubriremos la sorpresa del porvenir.

Desde el nacimiento, la primera gran despedida del refugio incomparable del cuerpo de la madre, continuamente estamos “aprendiendo a desprendernos” de lo conocido, de lo seguro. Soltar el lastre de lo que conservamos por costumbre o pánico al cambio. Hay que cerrar etapas, dejar lo que fuimos para empezar a ser lo que realmente somos. Y “ser” es un acto vivo, palpitante, en continuo movimiento. Vivimos en gerundio: viviendo.

Nacemos despidiéndonos y vivimos despidiéndonos. El niño suelta con dificultad las manos de sus padres el primer día de colegio. Conoce la amistad y a veces las pierde y dice adiós a aquello que creía que sería para siempre. Crece y experimenta el amor y abandona o es abandonado por un primer arrebato adolescente, roto el corazón. Madura y empieza a entender que pocas cosas son eternas en esta vida nuestra. Aprende a volar, a guardar en el corazón y crecer con ello.

El joven se hace adulto, cambia de ciudad, de país, se aleja de amigos, recuerdos, estancias y ocupaciones, rutinas que parecían invariables, sentimientos profundos; asiste por primera vez a la muerte de un ser cercano o al nacimiento de una vida nueva, abre los ojos a otro horizonte. Y descubre que, unidas a los cambios, también le siguen acompañando verdades inmutables, las que ha ido incorporando a su equipaje. Tras muchas idas, también hay regresos; en el trayecto experimenta alegría y sufrimiento y descubre que, a pesar de todo, vuelve a ser primavera, que la vida se estrena y se reestrena continuamente si no nos da miedo asistir al maravillosos e inquietante espectáculo de nuestra propia existencia. Año tras año los zapatos con los que caminamos por la vida se desgastan o se nos quedan pequeños. Ya no nos sirven y hay que seguir sin ellos. Seguiremos con los nuevos.

Todos nosotros, seamos conscientes o no de ello, vamos cambiando por dentro y por fuera en el devenir de este proceso, se transforma nuestra visión del mundo, se construye nuestra personalidad, el paisaje que contemplamos se transmuta, nuestro propio cuerpo evoluciona. Y saber andar en plenitud nuestro camino supone aceptarlo y dejar irse a lo marchito para acoger a lo recién nacido, disfrutar de esa diversidad de rutas y de posibilidades de cambio, abrirnos a la esperanza de lo ignoto, redescubrirnos cada día y querernos en nuestra fragilidad y querer a los demás en la suya, convertir las limitaciones en retos, vivir en la seguridad de que al cerrarse una puerta, se abre otra. Y hay que cerrar bien esa puerta que ya hemos traspasado para entrar fuertes y jubilosos por la nueva.

Podemos pasar toda una vida, todo nuestro tiempo, estancados en la inconsciencia y la dejadez, permitiendo que la vida nos pase por encima cuando exprimir cada día, saborear su simplicidad o su dificultad, su pasión o su calma, es la esencia de la realización de una vida plena. Y nada se renueva sin saber decir adiós. Elegir, saber decir no, saber decir sí, aceptar y asumir, rechazar y avanzar, una y otra vez despedirse y acoger... es la escuela de la vida en estado puro, a corazón abierto.

Estamos acostumbrados, cada vez más, a que todo “funcione” de un modo automático y previsible. Apretando un botón. Vivimos en la “sociedad del click”.


                                    (Extracto del libro: El Buen Adiós. Jesús Sepúlveda y Silvia Laforet)



domingo, 7 de septiembre de 2014

BUSCANDO A MIS AMARILLOS, ¿Y TÚ LOS HAS ENCONTRADO?

Siempre he creído que las casualidades son subrayados, subrayados para que sepamos que debemos fijarnos en algo (Albert Espinosa)

Vuelta de las vacaciones y vuelta a empezar. Llevo ya bastante sin escribir, el verano y la dejadez hacen que uno deje las cosas hasta septiembre. Y que mejor que arrancar el nuevo curso con energía y ganas, centrándose y poniendo en marcha todo aquello que aparcó. Y en mi caso, comenzando a escribir. Y esta vez, lo voy hacer con un nuevo concepto que he aprendido en estas vacaciones: los amarillos. Quien haya leído El Mundo Amarillo de Albert Espinosa sabe bien de que se trata, y he aquí parte de mi aprendizaje .

¿Alguna vez habéis conocido a un desconocido que sin formar parte de tu vida te ha aportado y te ha entendido más que cualquier persona de tu mundo? ¿Has notado que te ayudaba de una manera tan profunda y sincera que te sentías comprendido e identificado? ¿Puede ser que te una un enorme vinculo afectivo aunque no le llames ni le hayas vuelto a ver más? Si alguna vez has vivido algo parecido debes saber que pertenecen a la categoría de amarillos.

Para comprender el concepto amarillo es tan fácil como entender la propia vida. Vivimos en una sociedad en las que constantemente nos estamos relacionando con personas. Desde pequeños, comenzando por nuestro círculo familiar, el colegio y el barrio. Poco a poco vamos ampliando nuestros cículos. Nos hacemos mayores y vamos saliendo del hábitat del hogar y vamos forjando nuestros propios lazos y vínculos. De forma mecánica e insconciente conocemos a gente, amigos y a amigos de nuestros amigos. Y a través de ellos seguimos conociendo cosas, vivencias y a otro tanto de personas. Muchas de ellas pasarán de forma inadvertida por nuestras vidas, otras se quedarán durante algún tiempo, y las que menos, nos cautivarán y permanecerán para siempre con nosotros. Llegarán a ocupar un papel muy importante en nuestra vida.

Habrá momentos en los que forzosamente haya que elegir y tendremos que dejar fuera de nuestra vida a personas que nos han transmitido, pero que por las circunstancias o la falta de interés no acabamos conociéndolas de verdad. Incluso, puede ser que muchas de las personas que han pasado de puntillas y a las que no hemos prestado atención, podrían haberse convertido en especiales y únicas. Detrás de esa intensa conexión podría haberse escondido un aprecio honesto y sincero, una buena conversación, una maravillosa amistad o un apasionado amor. O puede que una mezcla heterogénea de estos sentimientos. Realmente es muy posible que, entre todas las personas que han pasado por nosotros, hayamos perdido a más de un amarillo.

De los amarillos se puede decir que no son ni amores, ni amigos. Al menos en principio, aunque podría evolucionar. El amarillo está entre el amor y la amistad. Además, fijándonos bien vemos que tienen en común la AM, algo significará todo esto. Además, el amarillo es el color del sol, que da calor e ilumina, al igual que lo hacen los amarillos cuando aparecen. Lo que es cierto, es que los amigos forman parte de nuestra vida desde de determinadas épocas (colegio, universidad, trabajo) y a veces dejamos de tener amigos. Los motivos siempre son: el no verse, la distancia... A veces, la amistad está definida por la frecuencia con la que te ves y el contacto que mantienes. De manera que muchas amistades dejan de serlo porque se ha perdido el contacto. A un amarillo quizás lo has visto una vez en tu vida, o durante un tiempo (días, meses o años) pero te ha marcado y te ha dado más que tu amigo de siete años, aunque probablemente no vuelvas a verlo más. Habéis compartido intensidad y confidencias.

Un ejemplo de amarillo puede ser ese extraño que te encuentras en el aeropuerto con el que pasas un par de horas y sin darte cuenta has sentido que podías contarle cosas sobre ti que no has hecho con nadie. Te mueve una especie de energía y atracción mutua que hace que os sintáis especiales el uno con el otro. Son eso, personas especiales que hacen que te sientas especial. Después os despediréis y puede ser que os pidáis el número de teléfono o el correo. O puede que no, que toméis vuestro vuelo y sigáis en otra dirección. Otro ejemplo puede ser, aquellas personas en las que ves apoyo en un determinado momento de tu vida, como en un ingreso hospitalario. No tendría que ser ni el enfermero, ni el médico, sino el compañero que tengas al lado. Así miles de situaciones, pero con personas que finalmente se irán de tu lado. Estarán el tiempo que tengan que estar y desde ese momento, ya no eres la misma persona que eras antes. Algo ha cambiado en ti y siempre la tendrás presente. Y ese es el efecto que tienen sobre nosotros los amarillos. Puedes conocer a muchas personas que no te aporten nada, pero una conversación con un amarillo te puede cambiar la vida. Lo importante es darse cuenta cuando los tienes delante.

Parece que son fruto de las casualidades y que aparecen cuando menos te lo esperas. Pero la verdad es que aparecen cuando los necesitas. Están ahí para que sepas cuáles son tus carencias, para abrirte y para que la gente se abra. Debes saber leer entre líneas el mensaje que te envían y siempre estarán dentro de ti. Después de esto, se marcharán y seguirán su camino. Lejos de producir tristeza, tendría que alegrar, porque vamos a encontrar muchísimos amarillos en nuestra vida. Seguro que si lo estáis pensando más de uno os aparecerá por la cabeza. Serían personas de las que siempre os acordáis por alguna razón, alguna huella que ha dejado en vosotros.

Decid a vuestros amarillos que lo son, llamadlos, escribidles o al menos tenedlos ahí. Es algo mutuo, el amarillo también sentirá lo mismo. Y si os dice que no, no desistáis, habrá muchos otros amarillos. Este no era el vuestro. Detrás de un no, siempre hay muchos síes. Me encanta esta frase del autor, junto con Tenemos que aprender a perder. Debes saber que tarde o temprano todo lo que ganas lo perderás. Creo que invita a tomar una actitud diferente ante la vida, más activa y más de aceptar lo que te ocurre. Todo lo que pasa, pasa por algo, así que no hay mal que por bien no venga.

La vida no es lo que uno vivió, sino lo que uno recuerda, y cómo lo recuerda para contarla




lunes, 21 de julio de 2014

¿DEPENDENCIA EMOCIONAL O MIEDO A LA SOLEDAD?

La independencia siempre fue mi deseo; la dependencia siempre fue mi destino (Paul Verlaine)

Mis amigos me propusieron hablar sobre este tema, pues parece que casi todos conocemos a alguien que está metido en una relación turbulenta y de la que no puede salir, o incluso puedes ser tú mismo, y  nunca te hayas detenido a pararte y pensar sobre lo que ocurre. Es difícil reconocerse como dependiente emocional, o más bien, lo que es difícil es darse cuenta de las repercusiones tan negativas que tiene para el propio bienestar físico, mental y en la autoestima, lo que hace que sea muy difícil salir de ahí. La dependencia emocional lleva a la persona a someterse a relaciones destructivas, inestables y centradas en el desequilibrio emocional. El dependiente tiene una tremenda necesidad de afecto y de ser querido. Esta constante búsqueda del amor tiene su causa, según la teoría del apego, en carencias afectivas provenientes del ambiente familiar o en la vivencia de problemas en casa durante la infancia. Normalmente se habla de parejas, pero también puede ampliarse a otros ámbitos (familia, amistad, etc), sin los cuales la persona se ve perdida y sola.

La persona dependiente idealiza a la pareja, la cree muy superior a ella. Por lo general, suelen ser parejas dominantes y con un fuerte carácter narcisista. No suele gustar al entorno de la persona dependiente, que constantemente la advierten sobre su comportamiento. Sin embargo, suele distorsionar y negar la realidad, llegando a un bucle de autodestrucción del que resulta muy difícil salir. El vínculo afectivo que provoca el enganche es ansioso-ambivalente. Las personas llegan a entender el amor como sufrimiento y cariño, justificando cualquier acto de ataque hacia uno mismo como acto de amor. Muestra mucha inseguridad en la relación y la separación de la pareja produce una gran ansiedad, tratando de recuperarla a toda costa y si no es posible, buscando otra lo más rápidamente posible, ya que le horroriza la soledad.

En el momento que encuentra una nueva persona, desaparece el malestar y la añoranza por la anterior y reproduce un nuevo ciclo de relación con similares problemas. Por una parte, estaría el perfil de la persona dependiente. Se trataría de alguien con muy baja autoestima y escasa valoración de si mismo, con pocas habilidades sociales y determinación. Lo más importante para ella es agradar en cualquier círculo que se encuentre, por lo que moldeará su personalidad en función del grupo en el que esté. Tiene un tremendo miedo a no ser aceptado y a la crítica, aunque provenga de gente que no conozca. Suele tener un estado de ánimo bajo y poca satisfacción con la vida, un tremendo miedo a la soledad, un gran malestar e incluso ansiedad si no se tiene a alguien al lado. No sabe estar solo consigo mismo y siente un gran vacío interior que trata de llenar buscando parejas. Cuando la tiene, se anula por completo y deja de ser él mismo para someterse. Deja de lado a familiares y amigos, y prioriza y se obsesiona con el otro. No duda en dedicarle total excusividad y suele tener un papel inferior y sumiso en la relación (pero también hay casos al contrario. Existe la dependencia emocional dominante).

Por otra parte, la pareja. Son personas con excesiva sobrevaloración de sí mismos, egocéntricos y arrogantes. Y suelen infravalorar al dependiente. Dominantes, fríos y distantes de la pareja. Es normal que puedan tener otras relaciones. Crean su propia norma, pero claro, esto no se aplica al dependiente. Utilizan el miedo al abandono que tiene el otro como baza para satisfacer sus deseos. Manipuladores, mentirosos y explotadores. Suelen proyectar en el otro sus frustraciones personales, pudiendo llegar a la agresividad verbal y física. Tienen cierto don de gentes, ingeniosos y con encanto interpersonal. Cualidades que suele idealizar el dependiente y las que hace que esté en su foco de mira. También puede ocurrir, que la pareja sea una persona con problemas (emocionales, adictivos o de otra índole) y en este caso, el dependiente siente que está ahí para atender sus necesidades y para ayudarle. En este caso, el dependiente es considerado codependiente, es decir, se vincula siempre a personas problemáticas para conseguir tal fin, su salvación.

Para la dependiente, el resto de personas que no tienen estas características son aburridos, y suelen formar parte de sus vidas de forma transitoria, hasta que encuentran a alguno que encaja con su perfil (frío, hostil, agresivo). Cuando se pone fin a la relación, realmente turbulenta y dolorosa, es porque lo hace la pareja. Y en lugar de convertirse en un profundo alivio para la persona, desarrolla un síndrome de abstinencia, similar al que experimenta un adicto cuando abandona el consumo. Los síntomas suelen ser: ansiedad, depresión, desesperación, pensamientos obsesivos en torno a la pareja. Múltiples intentos de volver, aunque atente contra la dignidad. Dificultad para dormir, llanto. No es capaz de asumir la sensación de pérdida ni tolerar los síntomas descritos. Y para evitarlo, como las adicciones, si no puede volver con la persona buscará a otra.

El trasfondo de todo es que el dependiente tiene una tremenda necesidad del otro para suplir el gran vacío que siente, la poca autoestima y el no saber quién es. Es un problema que va más allá, esa falta de tolerancia a la soledad, y a ver como un mundo o un imposible el abandonar al otro aunque le esté destruyendo. El problema es la propia persona y es importante reconocerse como tal. Ese es el primer paso, y luego ir a un psicólogo que ayude a normalizar un proceso de duelo que hay que aceptarse, y después, trabajar el problema de la dependencia. Trabajarse uno mismo, ganar autoconfianza y sobre todo, quererse.


Solía pensar que la peor cosa en la vida era terminar solo. No lo es. Lo peor de la vida es terminar con alguien que te hace sentir solo (Robin Williams)

Foto: Blog Vida emocional



martes, 8 de julio de 2014

CÓMO SALIR DE LA NEGATIVIDAD QUE TE RODEA

No pierdas ninguna oportunidad. Saca provecho de todas las ocasiones. Toda oportunidad está encaminada a tu desarrollo y perfección (Swami Sivananda)

Últimamente, veo con más frecuencia gente negativa e insatisfecha con todo lo que hace, dentro de consulta y fuera de ella. Parece que cuando algo va mal, te encierras en lo que te sucede y no dejas de pensar en lo negativa que es tu vida, tu mundo y tu futuro. Focalizas toda tu existencia en aquello que no tienes o en la dificultad por la que estás pasando. Desarrollas la “visión túnel”, miras sólo a tu problema y te pierdes lo que ocurre alrededor. Te concentras sólo en aquello que te perturba y no quieres ver más allá. Además, mientras más atento se esté al malestar, más colabora la mente en activarte más pensamientos obsesivos. Los pensamientos obsesivos parecen que tienen vida propia. Los tienes constantemente ahí, molestándote, verificando todo aquello que crees que hace de tu vida una desdicha.

El procesamiento obsesivo de la mente lleva a la ansiedad, la depresión y el miedo. Conduce a la catastrofización máxima, a la anticipación de consecuencias desastrosas si se comete un error. Algunos creen que tomar una decisión es extremadamente difícil, como puede ser hablar a alguien o cambiar de trabajo o empezar ese sueño que siempre tuviste. Y piensan y piensan, y lo vuelven a pensar, quedándose paralizados y sin pasar a la acción. En definitiva, el eje del problema es la creencia irracional, ese miedo a las consecuencias negativas de nuestras acciones. Pero la realidad es que cuando te relajas, te das cuenta que ningún mal es tan terrible y que al final somos humanos y erramos. Cuando lo comprendes en profundidad, podrás sentirte tranquilo en cada paso que des. De la otra manera, vivirás presionado por tu angustia e incapaz de elegir.

Imagina que tu vida es como una baraja de cartas. En las partidas hay veces que ganas porque tienes cartas más favorables, pero otras veces pierdes. Depende de las cartas y de los movimientos que hagas. Apuesta por las favorables. Tu vida no es una partida, son muchas más. Y la componen muchas cartas: familia, amigos, ocio, actividades... Si alguna de estás áreas u otras va mal, no es el fin del mundo. Potencia tus cartas favorables y busca nuevas. Sobre todo, sal de la visión tunel y deja de pensar sólo en ti.

La gente constamente confundimos deseos con necesidades. Lo cierto que para ser feliz únicamente requerimos de las necesidades básicas (alimento, higiene, techo para dormir) y no necesitamos nada más, sino no habría gente feliz en África, por ejemplo. Nos imponemos objetivos frustrándonos por no conseguirlos, o cuando los conseguimos vemos que no son para tanto como creíamos, haciendo que nos sintamos desamparados. Son necesidades inventadas. Cuando el deseo ya no es deseo, sino necesidad. Creemos que los deseos son necesarios para vivir y que con ellos seremos más felices. En el mundo occidental, donde prima la materialidad, hemos desarrollado este problema que conduce a la mayoría de problemas mentales. Yo puedo desear algo, pero no lo necesito para ser feliz. Cuando esto no se ve así, es cuando llega la frustración.

Disfruta de la vida que tienes. Sólo tienes una y malgastamos mucho tiempo en justificar lo desdichados que somos. Deja de pensar en ti y en tus problemas y mira fuera. Ayuda a otras personas que veas con dificultades. La humildad nunca está de más y engrandece a las personas. Saca algo positivo a tu día y sonríe. Siempre hay un motivo para sonreir y tu risa siempre puede hacer feliz a alguien. Observa y mira lo que te rodea. Normalmente, vivimos corriendo y con estrés. No nos detenemos a contemplar los sitios a los que vamos ni apreciamos los lugares que nos rodean. De verdad, mira, aprecia cada detalle, las fotografías que haces, o aquellas que ya tienes. Cada imagen transmite una emoción, una sensación. Aprende a ver más allá en las personas.

Implícate en un nuevo proyecto. Haz algo que realmente te apasione. Si lo desconoces, quizás es buen momento para pensar algo bueno que hacer por ti. Siempre hay algo que aprender. Y si siempre has soñado con hacer algo, ¿a qué esperas para empezar? Ya sabes que Roma no se construyó en un día, pero que el proceso fue más satisfactorio que el resultado final. Ábrete a nuevas personas y haz nuevos amigos. Nunca hay un momento para dejar de conocer a alguien y el aire fresco renueva. Viaja. Si puedes, hazlo. Si no puedes, descubre como viven otras culturas, las diferencias entre las sociedades. Y valora el sitio en el que estás. Un lugar que te aporta una gran oportunidad. Búscala y la encontrarás.

Aprende a perdonar. Pero primero, perdónate a ti mismo. No hay mayor culpa que la carga constante. Acéptate y perdónate por ser humano. Y luego perdona a quien te hizo daño. Reconcíliate porque vivir con resentimiento y rabia es el sentimiento más terrible y te arrastra a una infelicidad constante. Y cuando ya consigas sentirte a gusto en más áreas de tu vida y en otras nuevas que has creado, haz aquello que no te atreviste hacer. Toma las acciones que dejaste atrás. Escribe aquello que te ha dejado estancado, piensa qué es aquello que podrías haber hecho, qué medidas podrías tomar, cómo lo gestionarías y ponte una fecha límite para hacerlo. Si tienes que resolver algo, hazlo. Tienes una vida, disfrútala y encuentra tu felicidad. Ningún mal es tan terrible. Cuando dejes de catastrofizar lo verás. Y mientras tanto... disfruta del verano.

Vive como si fueras a morir mañana. Aprende como si fueras a vivir siempre


miércoles, 18 de junio de 2014

LA GENTE TÓXICA ¿NACE O SE HACE?

Sé que no tengo el poder de cambiarte, pero sí el poder de cambiarme a mí

Seguramente, en nuestras vidas todos nos hemos encontrado con personas tóxicas, ya sea una pareja, un amigo o un jefe o, nuestra propia familia. A veces, no nos hemos dado cuenta de la categoría de estas personas y las dejamos que entren en nuestra vida haciendo y deshaciendo según parezca. El efecto que tienen sobre ti es muy dañino pues te genera un tremendo malestar. Conocidos como“vampiros emocionales”, te sacan toda tu energía exprimiéndola al máximo, y pudiendo adoptar distintas formas. Celosos, paranoicos, asfixiantes y mentirosos. Vivimos en un contexto donde es fácil generar relaciones de este tipo, y peor aún, la personalidad tóxica también se puede propagar y acabe contagiándote.

La forma más fácil de ver, según creo yo, aquel que está todo el día hablando mal de otros (y piensa que si lo hace es muy probable que también lo haga sobre ti). Se queja por todo y además se cree el centro de atención. Puede que sientas alivio cuando se va, pero normalmente te deja agotado, con dolor de cabeza y con una sensación de desánimo contagiada por su exceso de negatividad. Son absorventes y se creen con razón en todo. Dentro de él está la verdad absoluta, y por supuesto no te atrevas ni a rechistar. Pero lo único de cierto en todo es que hay es un tremendo resentimiento, inseguridad y hostilidad dentro de si mismo.

Luego te encontrarías a la persona que te hace el vacío. Es aquella que te ignora, que se comporta como si tú no existieras en la tierra, pero que sorprendentemente sigue contando contigo para sus planes. Tú no terminas de entender el motivo por el que te sigue llamando, pero al final siempre sigues apuntándote a lo que te proponga. Constantemente reevalúas tus hipótesis mentales e intentas hacer predicciones futuras ¿me desplazará hoy también?¿tendrá un mal día y por eso lo paga siempre conmigo?. Al final, supone mayor desgaste ya que te pasas el tiempo intentando predecir qué le pasa en la vida. Con sus desplazamientos consigue que te sientas pequeñito, extrañado e incluso culpable de lo que sucede ¿habré hecho algo mal? No, no lo has hecho. Así que apártate de alguien así que sólo busca llamar tu atención para reforzar su bajo ego.

Pero también tenemos a la víctima. Ese compañero de trabajo que está nada más que lloriqueando, aludiendo a lo injusta que es su vida y sin embargo, se muestra de lo más pasivo y no hace nada. El llamado mosquita muerta es del que se suele decir “las mata callando”, o en su caso llorando. Conoce bien su objetivo y sabe como conseguirlo. Es experto en manipulación y se vincula a través del victimismo, generando en el otro compasión y lástima. De ahí, que muchas veces acabes cediendo a sus chantajes emocionales. Te hace cargar con más trabajo y logra deshacerse de sus responsabilidades. No caigas en sus redes, porque saben muy bien lo que hacen. Confróntalos y diles las cosas claras.

Con los amigos hay que tener especial cuidado, ya que ellos te conocen y saben tus debilidades. Pueden cogerlas y manipularlas a su antojo, adaptando sus comportamientos al fin que quieran conseguir. Pueden llegar a mentirte o a contar verdades a medias. Ves que muchas veces deforman la realidad a su antojo, utilizando un doble juego en el que pueden insultarte y halagarte, prácticamente en la misma frase. Por lo general, imponen sus propios criterios en los que tienes que respetar su opinión y autonomía, pero no suelen respetar el de los demás. Una clave para reconocerlos es que puedes sentirte agotado mentalmente tras estar con ellos. Lo importante: no dejes que abuse de tu confianza y ponle límites. Es imposible hacer razonar a lo irracional.

Y por último, tenemos a aquella persona que se cuela en tu corazón, que mediante frases hechas y demás palabras logra llevarte a su camino. Te hace partícipe de sus temores y necesidades, implicándote activamente en ellos, haciendo que desarrolles una necesidad de protección y ayuda hacia él mismo. Pero lo que hay detrás es un juego de manipulación y engaño, ya que no es coherente en su actitud y lo mismo te aprecia que te desprecia. Ha venido por tu ayuda pero no a proporcionártela. Y cuando se aprovecha de tu energía y ya has cumplido tu función de salvador desaparece sin más, creando a su paso un cadáver emocional. Sus intereses y necesidades ya están resueltas. Las tuyas tendrás que asumirlas. Su único interés es él mismo. Cuando alguien está dentro de tu cabeza es difícil hacerlo desaparecer, pero es importante darse cuenta de que no has venido al mundo para salvar a nadie. Una señal de detección sería que valorases los pequeños detalles. Si te hacen sentir mal sus frases o algunas de sus actitudes te hieren, la realidad es que podría habérselas evitado. Ninguna persona debería crearte malestar, y si te hace sentir así es que algo falla. Si estás en algo así, sal y aléjate de esa persona. Construye un bloque en tu distancia.

Crear vínculos sanos y mínimamente cordiales, salir de las relaciones hiperasfixiantes, no caer en las redes de la manipulación, pero sobre todo cuidarse y desarrollar una sana autoestima. Si somos capaces de tomar nuestras propias decisiones, ser dueños de nuestra vida y estar satisfechos con nosotros mismos, es mas probable que tengamos relaciones y lazos positivos y que nadie pueda influenciar ni determinar nuestra autonomía.

Escucha tus emociones, no las ignores y procura expresarlas por los canales adecuados, de lo contrario te harán daño



miércoles, 11 de junio de 2014

AFRONTANDO SITUACIONES COMPLICADAS

A veces el problema es que tu corazón no quiere admitir lo que tu mente ya sabe (Anonymous)

Muchas veces, la vida nos pone frente a situaciones críticas, límites, situaciones en las que no nos gustaría vernos jamás, situaciones que crees que van en contra de las creencias que piensas que tienes y de los valores que te han enseñado. Pero de repente, sin motivo aparente sucede. Te encuentras dentro de este camino y no sabes que rumbo tomar. Pretendes dejárselo al destino, al paso del tiempo o a la propia suerte, pero lo cierto es que no sabes ni cómo actuar.

El colapso emocional se produce cuando la persona valora que lo que le sucede supera los recursos personales para hacerle frente, y es entonces cuando siente que no puede manejar lo que le está ocurriendo y va afectando de manera directa a su bienestar (Lazarus y Folkman, 1986). Este tipo de reacción genera diferentes tipos de respuesta de afrontamiento en las personas. Una de ellas es minimizar o negar el problema, es decir, bloquear la emoción e incluso hacer como si nada hubiera pasado para intentar no asumir que nos está ocurriendo. Aparentemente es la más fácil, pero es la que peores consecuencias tiene para nuestro estado de salud, ya que la inhibición emocional ocasiona la aparición de enfermedades con el tiempo. Pero también es verdad que a corto plazo y a nivel inmediato nos puede ayudar a sobrellevar la situación. Suele ser un recurso necesario, junto con la distracción y el distanciamiento.

El distanciamiento nos permite valorar la situación como espectador del problema y ayuda, con el tiempo, a que seamos conscientes del papel que jugamos en la escena, por qué nos sentimos como nos sentimos, qué hemos hecho para llegar a esto, qué es lo que realmente necesitamos y queremos. La reflexión lógica y racional no puede ir separada de la emocional, aunque bien es cierto, que ante momentos de crisis personal ambas confunden a la persona y de ahí la incapacidad de poder asumir la situación y evitarla.

En primer lugar, si que es importante poder desahogarse, compartir los sentimientos, la preocupación y el miedo con alguien de confianza. O bien, buscar ayuda de un psicólogo que pueda facilitar la reconducción del camino. Esto va a favorecer que se reduzca el malestar contenido, sin embargo, luego se necesitará más. Y he aquí dos caminos, el de la evitación o el del afrontamiento de la situación. Afrontar la situación supone aceptar que tenemos miedos y dificultades pero que tratamos de encontrar un significado a lo que nos está pasando. El problema, generalmente, no viene solo. No es un hecho aislado, sino que existen una serie de sucesos predisponentes, a nivel remoto y a nivel reciente, que inciden sobre la persona y ello acompaña al desarrollo de la conducta problema y a sus consecuencias.

En nuestro proceso de vida establecemos un camino a seguir influenciado por nuestra familia, los valores que nos han dado, lo que nos han enseñado, aquello que se considera normativo y ajustado a la norma social. Pretendemos satisfacer las normas de lo correcto, aceptar nuestro destino, y sin embargo, nadie nos enseña a creer en nosotros mismos ni a guiarnos por lo que sentimos. Vivimos más pendientes de lo que pensarán los demás y cómo les afectarán nuestras decisiones, que de satisfacer nuestra verdadera felicidad. En la mayoría de las ocasiones, hace que las personas no sean capaces de afrontar las situaciones y escapen de ellas.

Nos movemos y manejamos dentro de una zona de confort, metafóricamente hablando es la zona en la que estamos cuando nos encontramos en un entorno que dominamos, sea este agradable o no. Es tu lugar de control, donde todo es conocido y cómodo aunque no sea bueno. Tus conocimientos, tus habilidades, actitudes, tus relaciones, todo aquello que conoces es tu zona de confort. Fuera de esta, se encontraría la zona de aprendizaje, donde puedes experimentar, puedes crecer, puedes permitir nuevos cambios en tu vida, pero está llena de incertidumbre, puesto que no la manejas. Existen personas que se atreven a salir de su zona de confort constantemente para abrirse y conocer nuevos aprendizajes. Pero hay muchas otras, en las que el miedo que les provoca genera incapacidad y prefieren permanecer en su zona de confort, aún estando insatisfechos, ya que salir de ella es un auténtico peligro.

Luego se encontraría la zona de pánico, nombrada así por los que no quieren salir de su zona de confort y que tampoco quieren que tú salgas de ella, el mensaje vendría a ser “No salgas, va a ser terrible” ”¿Y si te sale mal?” pero la pregunta podría ser “¿y si me sale bien?”. Lo que para unas personas puede ser zona de pánico para otros es la zona de las oportunidades, la zona mágica donde te pueden ocurrir grandes cosas que aún no conoces porque todavía no has estado allí. La gente que no se atreve a salir tiene miedo a perder lo que tenían, o peor aún a perderse ellos mismos.

El no afrontamiento de las situaciones puede hacer que constantemente nos estemos preguntando qué habría pasado, y puede que estemos perdiendo una gran oportunidad de encontrarle un sentido a aquello que nos está sucediendo. Después de desahogarse es necesario tomar conciencia de que nos está pasando y que estamos sintiendo. Aceptar nuestros miedos, inseguridades, rabia y sentimientos contradictorios como parte de nosotros. Si hemos llegado a esta situación, a este punto de inflexión en nuestras vidas, puede que sea importante y valiente afrontarlo. Encontrar un momento adecuado, darse tiempo si es posible y ver que se puede encontrar de bueno en esto para uno mismo.

Sin embargo, puede ocurrir que aunque tú te sientas preparado y dispuesto a afrontar la situación, la otra persona no quiera hacerlo y lo evite. Pero aunque sientas que existe una forma de manejar y afrontar las circunstancias o incluso creas que no terminaste de hacer las cosas como debías, es importante y necesario aceptar las decisiones del otro de no afrontamiento. Trabajarlo y comprenderlo te hará crecer y madurar. No todas las crisis acaban en resolución, algunas se ignoran y tratan de evitarse por el miedo que genera, pero si lo descubrimos y lo afrontamos con ayuda creceremos y maduraremos como personas, aprenderemos de la experiencia y nos fortalecerá para el futuro.

 El punto no es aprender a dejar a ir a la gente, sino aprender a dejar ir el pedazo de ti que se quedó con ellos.