Lo esencial es invisible a los ojos (El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry)
La depresión en cáncer es un
problema presente a nivel mundial que ha comenzado a estudiarse muy
recientemente. Según la Escuela de Medicina de la Universidad de Harvard (Miovic
2007) el distrés emocional y los trastornos psiquiátricos son muy frecuentes en
estos enfermos, sobre todo en etapas avanzadas de la enfermedad. Aproximadamente,
el 50% de los pacientes presentan trastornos psiquiátricos, siendo la Depresión
Mayor el más común.
Los factores de riesgo, causas y
síntomas pueden variar respecto al diagnóstico en la población clínica. Los
síntomas pueden pasar desapercibidos durante todo el proceso de enfermedad, ya
que se “normaliza” el estado de tristeza que la persona siente a través del
tiempo. Aunque se conoce la alta comorbilidad de la depresión en cáncer, son
pocos los datos que existen acerca de cómo tratar y prevenir el problema.
Existen muchas causas que se
pueden relacionar con la aparición del trastorno, no siendo el diagnóstico
oncológico, sino los problemas familiares que pueden derivar de la nueva
situación, las múltiples pérdidas a las que se ve sometida la persona y el
fallecimiento de otros pacientes. Con el tiempo se va experimentando la pérdida
de la autonomía, el deterioro de la imagen corporal, la pérdida de relaciones,
el cambio en el estilo de vida, la pérdida de un proyecto futuro y la
posibilidad de poner fin a la propia vida. Parece lógico pensar la alta
vulnerabilidad que presenta el paciente para desarrollar un trastorno
emocional.
En los enfermos hay que tener en
cuenta no sólo el bajo estado de ánimo y la anhedonia, también se refiere la mayor intensidad de
síntomas somáticos y la presencia de menos síntomas de autorreferencia,
respecto la población general. Resulta muy importante valorar el cambio
comportamental, es decir, la tendencia al aislamiento, la poca cooperación en
los cuidados y la hostilidad con familiares y sanitarios. Cuando el nivel de
funcionamiento es menor del que cabría esperar según el estado físico salta la
alarma.
La depresión en la enfermedad
puede acentuar el número de quejas hipocondríacas y provocar problemas en la
adherencia que puede dificultar el tratamiento. El estado avanzado de la enfermedad,
el pesimismo respecto al futuro y la Depresión Mayor pueden potenciar la
mortalidad. El grado de sufrimiento por la propia pérdida agoniza el proceso. La
ideación suicida en pacientes paliativos está relacionada con la presencia de
depresión y dolor. Si se tratan, disminuye en el tiempo.
Un diagnóstico precoz y un
abordaje preventivo pueden facilitar el tratamiento. Un buen entrenamiento en
comunicación al personal sanitario puede ayudar a disminuir el aislamiento del
enfermo y la intensidad de su tristeza. Anticipar las necesidades y favorecer
mecanismos de afrontamiento adaptativos facilitan la sensación de control y la
implicación en la toma de decisiones médicas. Tratar la depresión requiere el
trabajo conjunto de todos los especialistas. Otorgar dignidad al paciente e
implicarlo dentro del proceso promueve su competencia y sentimiento de autonomía.