La vida es como una espiral: siempre se mueve en círculo pero jamás regresa al mismo punto
El post de hoy no es mío. Es el extracto de un libro que me parece interesante compartirlo. Lo he leído varias veces y cada vez voy sacando más reflexiones. Invita a pensar sobre como vamos actuando y moviéndonos. Ahí lo tenéis.
La vida es dinamismo, un
ciclo compuesto de muchos otros ciclos que se suceden, se mueven, se
entremezclan. Un continuo cambio. Para cambiar, para dejar atrás lo
anterior y dar un paso a lo nuevo, son necesarias las despedidas.
Una y otra vez, en el
transcurso de nuestra existencia deberíamos saber decir adiós a lo
que ya no va bien, a lo que ha concluido en nuestro corazón,
abriendo las puertas de par en par a la novedad continua de la vida.
Si nos cerramos al cambio, paralizados por el miedo, jamás
descubriremos la sorpresa del porvenir.
Desde el nacimiento, la
primera gran despedida del refugio incomparable del cuerpo de la
madre, continuamente estamos “aprendiendo a desprendernos” de lo
conocido, de lo seguro. Soltar el lastre de lo que conservamos por
costumbre o pánico al cambio. Hay que cerrar etapas, dejar lo que
fuimos para empezar a ser lo que realmente somos. Y “ser” es un
acto vivo, palpitante, en continuo movimiento. Vivimos en gerundio:
viviendo.
Nacemos despidiéndonos y
vivimos despidiéndonos. El niño suelta con dificultad las manos de
sus padres el primer día de colegio. Conoce la amistad y a veces las
pierde y dice adiós a aquello que creía que sería para siempre.
Crece y experimenta el amor y abandona o es abandonado por un primer
arrebato adolescente, roto el corazón. Madura y empieza a entender
que pocas cosas son eternas en esta vida nuestra. Aprende a volar, a
guardar en el corazón y crecer con ello.
El joven se hace adulto,
cambia de ciudad, de país, se aleja de amigos, recuerdos, estancias
y ocupaciones, rutinas que parecían invariables, sentimientos
profundos; asiste por primera vez a la muerte de un ser cercano o al
nacimiento de una vida nueva, abre los ojos a otro horizonte. Y
descubre que, unidas a los cambios, también le siguen acompañando
verdades inmutables, las que ha ido incorporando a su equipaje. Tras
muchas idas, también hay regresos; en el trayecto experimenta
alegría y sufrimiento y descubre que, a pesar de todo, vuelve a ser
primavera, que la vida se estrena y se reestrena continuamente si no
nos da miedo asistir al maravillosos e inquietante espectáculo de
nuestra propia existencia. Año tras año los zapatos con los que
caminamos por la vida se desgastan o se nos quedan pequeños. Ya no
nos sirven y hay que seguir sin ellos. Seguiremos con los nuevos.
Todos nosotros, seamos
conscientes o no de ello, vamos cambiando por dentro y por fuera en
el devenir de este proceso, se transforma nuestra visión del mundo,
se construye nuestra personalidad, el paisaje que contemplamos se
transmuta, nuestro propio cuerpo evoluciona. Y saber andar en
plenitud nuestro camino supone aceptarlo y dejar irse a lo marchito
para acoger a lo recién nacido, disfrutar de esa diversidad de rutas
y de posibilidades de cambio, abrirnos a la esperanza de lo ignoto,
redescubrirnos cada día y querernos en nuestra fragilidad y querer a
los demás en la suya, convertir las limitaciones en retos, vivir en
la seguridad de que al cerrarse una puerta, se abre otra. Y hay que
cerrar bien esa puerta que ya hemos traspasado para entrar fuertes y
jubilosos por la nueva.
Podemos pasar toda una
vida, todo nuestro tiempo, estancados en la inconsciencia y la
dejadez, permitiendo que la vida nos pase por encima cuando exprimir
cada día, saborear su simplicidad o su dificultad, su pasión o su
calma, es la esencia de la realización de una vida plena. Y nada se
renueva sin saber decir adiós. Elegir, saber decir no, saber decir
sí, aceptar y asumir, rechazar y avanzar, una y otra vez despedirse
y acoger... es la escuela de la vida en estado puro, a corazón
abierto.
Estamos acostumbrados,
cada vez más, a que todo “funcione” de un modo automático y
previsible. Apretando un botón. Vivimos en la “sociedad del
click”.
(Extracto del libro: El Buen Adiós. Jesús Sepúlveda y Silvia Laforet)