El hombre que se levanta es aún más grande que el que no ha caído
(Concepción Arenal)
La depresión es actualmente uno de los grandes males de nuestro siglo. La sociedad habla mucho de ella, pero paradójicamente poco se sabe de este trastorno. Conocer exactamente qué es nos ayudará a perderle el miedo y a poder prevenirla. Este será el primero de otros posts relacionados con esta problemática tan importante hoy día, pues afecta a seis millones de personas en nuestro país. Según la OMS, se considera la primera causa mundial de discapacidad, y el origen del 27% de todos los años de discapacidad generados por todas las afecciones.
Los síntomas psicológicos principales son una profunda tristeza, la pérdida de interés o de la capacidad para experimentar placer. La persona tiene una imagen negativa de sí misma, no ve futuro ni esperanza y percibe una imagen distorsionada de la realidad. Le inundan sentimientos de inutilidad, culpa y ausencia de deseo por vivir. Estos síntomas no son transitorios sino que permanecen de forma estable durante bastante tiempo. A la persona le asaltan constantemente pensamientos autodestructivos. Disminuye su rendimiento intelectual y su capacidad de concentración en la toma de decisiones. Y además, presenta un riesgo de suicidio treinta veces mayor que la población general, siendo este riesgo más probable tras ocho o nuevo meses de remisión.
Los trastornos depresivos tienen muchas formas de presentación. Pueden variar desde procesos de duelo del fallecimiento de un ser querido, hasta trastornos más severos en los que aparecen ideas delirantes autodestructivas y de culpa. Pueden presentarse de forma encubierta en otros problemas; como los trastornos de alimentación, la violencia de género o los trastornos de conducta. Y sus causas pueden ser genéticas o psicológicas o bien sociales. Es interesante el papel de la genética en este asunto. Sin embargo, creo que más importante resulta el papel que juega la educación y la sociedad en esta enfermedad.
Vivimos en tiempos de estrés, de prisas, donde no nos detenemos a pensar lo
que sentimos, lo que nos ocurre. Se nos inculca un modelo ideal a conseguir:
una familia, una casa, hijos, un buen trabajo. La ausencia del logro de los
objetivos conduce a la infelicidad y como consecuencia a la depresión. Vales
por lo qué tienes, no por lo qué eres. Así se definiría la mentalidad
occidental donde el constante afán de superación puede conducir directamente al
fracaso. Esto se traduce en altas tasas por bajas laborales en la población,
donde la ansiedad y la depresión llevan al desbordamiento psicológico.
Todo acontecimiento o suceso necesita un tiempo para procesar y sentir.
Ante una pérdida por duelo, la persona necesita un tiempo físico y mental para
elaborar lo sucedido y para aprender a vivir sin la persona que ha perdido. La
frialdad de nuestra era y la necesidad de no experimentar tristeza hace que no
se pueda elaborar su duelo de manera adaptativa. Evitando sufrir por la
pérdida, intentando retomar la actividad del día a día dejándote llevar e
intentando no pensar sólo lleva al desarrollo de trastornos depresivos y
cuadros de ansiedad.
La depresión es un problema más frecuente en las mujeres, siendo el doble
que en los hombres. Las causas de depresión en mujeres obedecen más a factores
emocionales relacionados con el estereotipo femenino. Desde la infancia se
educa a las niñas para que sean amables, afectivas con los demás, obedientes,
sumisas, dependientes y vulnerables. A los chicos, por el contrario se les
refuerzan que sean valientes, autónomos, decididos, firmes e incluso agresivos.
Esto me recuerda a los estereotipos más marcados de violencia de género, donde
en sus polos más extremos se mostrarían al maltratador y a la mujer
maltratada, encontrándose en ésta frecuentemente una depresión encubierta. Por
tanto, la mayor predisposición de las mujeres a esta enfermedad es su propio
estereotipo de feminidad.
Sin embargo, aunque es un problema muy grave y que afecta a muchas
personas, sólo una de cada diez acude al especialista, poniéndose totalmente en
manos de su médico de atención primaria, el cual debería principalmente
escucharle, ya que la persona necesita desahogarse. Más importante aún que
medicar es sentirse comprendido y valorar qué hay detrás de esos síntomas. En
algunas ocasiones el abuso de medicalización por parte del especialista viene
por la dificultad profesional de escuchar y atender al paciente. Los
fármacos son una vía más rápida, aunque con consecuencias más duraderas a largo
plazo (como problemas físicos o dependencia al fármaco). Por lo que más allá de
anestesiar lo qué se siente es importante escuchar.
Creo que un factor importante es asumir que es una enfermedad, igual que una enfermedad de carácter físico. Es decir, que no es solo un estado de ánimo o una muestra de debilidad como se tiende a pensar. Es igual que quien está enfermo de un riñón o el hígado, pero creo que socialmente no se ve así, y eso juega en contra de la personas que lo padecen y no buscan cura en un profesional. Nos gusta mucho tu blog!!Sigue escribiendo Lourdes!
ResponderEliminarNo cabe duda de que es una de las peores enfermedades de nuestra sociedad. Además me he dado cuenta de que crea una "especie de adicción" por parte de la persona que la padece. Cuando una persona cae en depresión tiende a la autocompasión para justificarse a sí misma las razones por las que sufre, se consideran personas sin suerte y que nunca más la van a tener. Estas personas realmente no quieren escuchar a un profesional, para qué, nadie puede ayudarlas. ¿Cómo podríamos intentar erradicar esta enfermedad en las sociedades desarrolladas? ¿O van cogidos de la mano el desarrollo económico y la depresión por no conseguir los objetivos?
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