El sufrir es de todos.
El saber sufrir es de pocos (Padre Pío)
Las personas tenemos cierta
tendencia innata a la búsqueda de objetivos o sueños frustrados. Nos dedicamos
a vivir pensando y planificando un futuro que no llega y olvidando el presente
que vivimos. Intentamos satisfacer y agradar a los demás y nos olvidamos de
nosotros mismos. Exigimos lo que damos, pero la realidad es que no puedes pedir
más a quien no tiene más que ofrecer. Pretendemos vivir en un mundo perfecto,
donde queremos mostrar nuestra mejor cara: alegres, educados y complacientes.
Omitimos los sentimientos de rabia porque nos parecen inadecuados y ocultamos
la tristeza por creer que así nos mostraremos débiles.
Somos responsables de nuestros
actos y aunque en algunos aspectos de la vida la suerte exista, no podemos
vivir lamentándonos por los logros de los demás y por nuestras propias
derrotas. Aceptar el estado de las cosas, nuestros propios sentimientos,
disfrutar los éxitos y aprender de los fracasos.
Aquí os dejo esta paradójica guía
para sufrir, con las claves necesarias para avanzar por el camino de la
infelicidad. De forma divertida, representa el comportamiento y las creencias
irracionales humanas. Y aunque el sufrimiento sea un compañero inseparable en
muchos momentos de la vida, es conveniente reflexionar sobre la causa del
mismo, encontrarle un sentido y analizar de qué forma nos afecta a diario.
La reflexión acerca del
sufrimiento propio o ajeno es un puente entre estar sufriendo y dejar de
sufrir, porque de esta manera, al estar consciente del motivo por el cual
sufrimos podemos encontrar soluciones, alternativas y herramientas nuevas para
aceptarlo y así dejarlo ir en algún momento, neutralizarlo y encontrarle el
sentido, asumirlo de una manera creativa y así poder entenderlo positivamente
para hacernos más fuertes y crecer como personas.
Lo que me preocupa no es que me hayas mentido, sino que de ahora en adelante ya no podré creer en ti (Nietzsche)
La mentira es un acto en el que intencionadamente una persona intenta falsear u ocultar la realidad a otra. La mentira es central en la vida, no tiene por qué ser siempre algo censurable ya que es necesaria para el mantenimiento de las relaciones sociales, nos suaviza la vida. Forma parte de la educación que hay que inculcar a los pequeños, pues si nunca mintiéramos no existiría la cortesía, no ocultaríamos los sentimientos injustos y podríamos dar lugar a expresiones inoportunas. Necesitamos aprender a expresar nuestras emociones de una forma sincera y sin mentiras pero también de forma constructiva para no dañar a los demás inútilmente.
La mejor manera de ocultar una emoción es fingiendo otra. Actuamos como si nos pusiéramos una máscara en la que ocultamos lo que realmente estamos sintiendo y damos paso a una emoción fingida. Nuestra máscara más habitual es la sonrisa. La sonrisa constituye la expresión facial que con mayor frecuencia puede producirse de manera voluntaria y es contraria a casi todas las emociones creativas, como la tristeza, el disgusto o el temor. Antes del primer año de vida, el niño sabe sonreír de forma deliberada y utiliza este medio para atraer la atención del exterior. Sonreímos cuando nos dicen algo que nos produce tristeza o cuando saludamos de manera cortés a alguien que no aguantamos. Actuamos así no porque queramos transmitir felicidad, sino porque no queremos reflejar nuestros verdaderos sentimientos.
Sin embargo, la realidad nos enseña que las personas mienten para evitar las consecuencias de sus actos y los creemos porque la detección de mentiras no es tarea fácil, y más allá necesitamos creer a quien queremos. Aunque nuestros pensamientos sean privados, nuestras emociones se detectan por una señal distintiva que ayuda a los demás a comprender cómo nos sentimos. El rostro puede generar más de diez mil expresiones y es posible identificar signos para detectar una mentira. ¿Pueden acaso las personas controlar todos los mensajes que transmiten? O ¿Puede el comportamiento no verbal delatar lo que esconden las palabras? Según Ekman, científico experto en la materia, se puede detectar la mentira por el lenguaje no verbal. Los movimientos corporales, los gestos y las inflexiones de voz traicionan nuestros embustes.
Las microexpresiones son movimientos de los músculos faciales en momentos críticos. Se ha estudiado que las emociones básicas no pueden ser falsificadas ya que los músculos de la cara se mueven de manera autónoma y no hay forma de que se puedan reproducir esos movimientos de manera consciente. Las microexpresiones reciben este nombre porque su duración es muy corta y veloz, lo que las hace imperceptibles a los demás. En estudios, se necesita la grabación del sujeto para poder observarlas.
En el caso de la sonrisa, se puede observar diferencias entre una emoción de alegría verdadera y una falsa sonrisa. Las risas auténticas se generan de manera involuntaria y hasta a veces inevitable. Surgen de un sentimiento, de una emoción y las emociones generan activación de músculos que no podemos controlar. Se trata del músculo cigomático mayor (encargado de elevar la comisura de los labios hacia arriba) y el músculo orbicular (encargado de producir que los ojos se cierren y generen las arrugas en los costados de éstos). La activación de estos músculos produce gestos fáciles de identificar para quien tiene cierta información y presta atención. El músculo orbicular es el que va a marcar la diferencia entre una sonrisa real y una sonrisa forzada. Cuando la sonrisa es forzada, estas arrugas en los costados de los ojos no existen y se activan menos músculos. Representaría un gesto de gratitud en el que se elevan las comisuras de los labios.
Sin embargo, no sólo nuestro rostro nos delata cuando mentimos. Todo nuestro cuerpo revela inevitablemente nuestras emociones. Como indicios para descubrir a quien miente se deben identificar al menos dos gestos que confirmen esta tendencia. Algunos son:
Mirada (hacia arriba y a la derecha para pensar una respuesta).
Gestos con las manos (rascarse o jugar con algún objeto).
Labios apretados (más aún si traga saliva).
El gesto de sorpresa sólo dura en el rostro un segundo, si dura más es falso.
Cuando se hace una pregunta y el interrogado eleva las cejas sabe la respuesta.
Hacer algún gesto de afirmación después de una negación es señal de mentira.
Si se contesta a la pregunta en menos de un segundo, la respuesta está premeditada y es una mentira preparada y desarrollada.
Sin embargo, siempre existirán personas que mientan y no presenten indicios, por ejemplo los psicópatas. Su mentira es fría, premeditada y con perfeccionismo estratégico, para llevar a cabo la concreción de sus necesidades especiales. No se incomoda al mentir, no experimenta el displacer de la culpa que cualquier persona suele sentir en esas circunstancias. El psicópata miente constantemente para lograr sus fines y lo hace de forma convincente y serena.
Las palabras sólo transmiten el 7% del mensaje, el tono de voz un 20 o 30%, el lenguaje corporal un 60-80%, esto es, el 90% del mensaje es comunicación no verbal. Conclusión: si hablamos de mentiras, una mirada vale más que mil palabras. Aquí tenéis un buen ejemplo.
“Sé tú el cambio que quieres ver en el mundo” (Ghandi)
En algún momento todos hemos experimentado sentimientos que hemos bloqueado. Hemos sentido ganas de llorar o nos ha molestado algo, pero finalmente decidíamos contenernos, no llegando al llanto ni explicando el motivo de nuestro disgusto. Tomamos una posición defensiva ante los problemas. Nos ponemos una coraza que nos ayuda a protegernos de las heridas y amenazas externas. En muchas ocasiones, este tipo de actuación ejerce una función positiva. El problema surge cuando esta coraza actúa de forma permanente y nos sentimos amenazados en todas las situaciones.
Cuando el sistema afectivo se colapsa, como en los casos de ira extrema, es el cuerpo el que experimenta la emoción. El exceso de energía se acumula en el organismo, aumentando en exceso la activación e impidiendo el abordaje adecuado de la situación. Si, por el contrario, se decide contener la emoción, no expresarla y evitarla, se está destinando la energía activada a inhibir la vivencia emocional. Esto repercute en el estado general de salud y en la aparición de somatizaciones. Sin embargo, el cambio es posible. Podemos a aprender a autorregularnos. La autorregulación es la capacidad de gestionar y canalizar de forma adecuada nuestras emociones ante las diversas situaciones. Lo que supone un reto es hacerlo correctamente en aquellas situaciones y emociones que no nos gustan o que suponen una amenaza.
En lo que a emociones se refiere, en extremos, tenemos, por un lado, a aquellas personas que niegan o evitan la emoción en todo momento, sufriendo un estado de “anestesia emocional”. Éste sería el caso de la Alexitimia. Las personas que la padecen se sienten incapaces de expresar sus emociones, ya que se han negado a sentir hasta tal punto que han perdido la capacidad de reconocimiento y diferenciación. Ante una emoción muy intensa pueden llegar a sentir bloqueo, sin saber qué les está pasando. No pueden expresar si es rabia, miedo o angustia. Por otro lado, encontraríamos a las personas hipersensibles o aquellas que se sienten desbordadas fácilmente por los sentimientos. El problema de la labilidad emocional es que se quedan atrapadas en una determinada emoción, no emitiendo ninguna respuesta o reacción ante la situación. Suelen poseer una alta activación fisiológica, lo que les hace estar constantemente en un estado de estrés.
La respuesta emocional surge en interrelación con el pensamiento y la conducta. Una emoción concreta activa un tipo de pensamiento, que a su vez genera una conducta. Dado que no es algo aislado, es necesario influir en los tres sentidos. La autorregulación emocional trabaja, en primer lugar, más que la conducta, el reconocimiento y aceptación de la emoción, esto es, darse cuenta de qué se piensa y entonces así poder determinar la conducta más adecuada. El cambio de conducta nos puede generar mayor estrés y malestar inicialmente, entendiéndolo como un proceso de adaptación, aunque éste sea para mejorar nuestra forma de actuar. Ante el malestar podemos quedarnos como estábamos o asumir un compromiso para afrontar el cambio. Para ello hay que una serie de pasos que nos ayudará en el afrontamiento de las situaciones.
Identificación de la causa de estrés: Puede ser originado por el medio externo o bien vivenciado por nosotros mismos. En ambos casos, tiene que ver con la interpretación que hacemos de la situación y cómo nos influye a la hora de pensar y actuar.
Identificación de nuestras propias resistencias: Estamos acostumbrados a actuar de una determinada manera, por lo que comprometernos al cambio y ejecutarlo puede llevar a grandes dificultades. Aparecen nuestras resistencias internas, al percibir el cambio como amenazante, ya que sólo vemos lo que conocemos. Actuamos repitiendo los mismos patrones de comportamiento a través de las situaciones. Es lo que se conoce como estabilidad conductual. Darse cuenta de ello es importante y cuestionar nuestras propias creencias y actitudes es necesario para comenzar a salir de nuestra zona de confort, que es la que ha regido nuestra vida.
Valorar y expresar: Reflexionar sobre lo que queremos “soltar”. Para ello, es necesario ver si queremos actuar como lo hemos hecho hasta ahora o bien, asumir el riesgo hacia el cambio, aunque no se ajuste de entrada a nuestros principios básicos. Es importante pararse a pensar y luego actuar.
Actitud activa ante el cambio: La única fórmula que nos puede ayudar a ver de una forma diferente la realidad es el aprendizaje y el afán de superación. Es como cuando un niño aprende a montar en bicicleta. Con entrenamiento y esfuerzo lo acaba consiguiendo. El aprendizaje es una habilidad que de adultos perdemos, pues nos fijamos más en los resultados y menos en el proceso. El miedo al fracaso nos inhabilita la capacidad para aprender.
Aprendizaje y crecimiento: No hay que negar la emoción desagradable. Es necesario sentirla y dejar que el tiempo pase. Cuando disminuye la intensidad elaboramos las explicaciones lógicas sobre qué ha podido fallar, qué tenemos que mejorar, qué necesitamos…Siempre debemos mostrar apertura hacia nuevas ideas y oportunidades válidas que nos ayuden a avanzar.
En definitiva, nadie dijo que fuera un camino fácil pero el desarrollo de la inteligencia emocional es posible. Para cambiar primero hay que querer y no olvidar cuál es nuestro fin. Sólo así conseguiremos modificar nuestros patrones de conducta y canalizar nuestras emociones de forma adecuada en nuestras relaciones con los demás y con nosotros mismos.
El hombre que se levanta es aún más grande que el que no ha caído
(Concepción Arenal)
La depresión es
actualmente uno de los grandes males de nuestro siglo. La sociedad habla mucho
de ella, pero paradójicamente poco se sabe de este trastorno. Conocer
exactamente qué es nos ayudará a perderle el miedo y a poder prevenirla. Este
será el primero de otros posts relacionados con esta problemática tan
importante hoy día, pues afecta a seis millones de personas en nuestro país.
Según la OMS, se considera la primera causa mundial de discapacidad, y el origen del 27% de todos los años de discapacidad generados por todas las afecciones.
Los síntomas psicológicos principales son una profunda tristeza, la pérdida de interés o de la capacidad para experimentar placer. La persona tiene una imagen negativa de sí misma, no ve futuro ni esperanza y percibe una imagen distorsionada de la realidad. Le inundan sentimientos de inutilidad, culpa y ausencia de deseo por vivir. Estos síntomas no son transitorios sino que permanecen de forma estable durante bastante tiempo. A la persona le asaltan constantemente pensamientos autodestructivos. Disminuye su rendimiento intelectual y su capacidad de concentración en la toma de decisiones. Y además, presenta un riesgo de suicidio treinta veces mayor que la población general, siendo este riesgo más probable tras ocho o nuevo meses de remisión.
Los síntomas físicos que se manifiestan son la fatiga o la pérdida de energía, el enlentecimiento generalizado y el insomnio, o por el contrario la hipersomnia. Las relaciones interpersonales se reducen y la persona tiende al aislamiento y a la incomunicación. Puede predisponer a otras enfermedades físicas y es un factor de riesgo en el infarto de miocardio. Es muy probable que las personas que lo sufren y se deprimen tras el suceso, incrementen por cuatro el riesgo de mortalidad en los seis meses siguientes. La depresión eleva la posibilidad de sufrir de nuevo un infarto.
Los trastornos
depresivos tienen muchas formas de presentación. Pueden variar desde procesos
de duelo del fallecimiento de un ser querido, hasta trastornos más severos en
los que aparecen ideas delirantes autodestructivas y de culpa. Pueden
presentarse de forma encubierta en otros problemas; como los trastornos de
alimentación, la violencia de género o los trastornos de conducta. Y sus causas
pueden ser genéticas o psicológicas o bien sociales. Es interesante el papel de
la genética en este asunto. Sin embargo, creo que más importante resulta el
papel que juega la educación y la sociedad en esta enfermedad.
Vivimos en tiempos de estrés, de prisas, donde no nos detenemos a pensar lo
que sentimos, lo que nos ocurre. Se nos inculca un modelo ideal a conseguir:
una familia, una casa, hijos, un buen trabajo. La ausencia del logro de los
objetivos conduce a la infelicidad y como consecuencia a la depresión. Vales
por lo qué tienes, no por lo qué eres. Así se definiría la mentalidad
occidental donde el constante afán de superación puede conducir directamente al
fracaso. Esto se traduce en altas tasas por bajas laborales en la población,
donde la ansiedad y la depresión llevan al desbordamiento psicológico.
Todo acontecimiento o suceso necesita un tiempo para procesar y sentir.
Ante una pérdida por duelo, la persona necesita un tiempo físico y mental para
elaborar lo sucedido y para aprender a vivir sin la persona que ha perdido. La
frialdad de nuestra era y la necesidad de no experimentar tristeza hace que no
se pueda elaborar su duelo de manera adaptativa. Evitando sufrir por la
pérdida, intentando retomar la actividad del día a día dejándote llevar e
intentando no pensar sólo lleva al desarrollo de trastornos depresivos y
cuadros de ansiedad.
La depresión es un problema más frecuente en las mujeres, siendo el doble
que en los hombres. Las causas de depresión en mujeres obedecen más a factores
emocionales relacionados con el estereotipo femenino. Desde la infancia se
educa a las niñas para que sean amables, afectivas con los demás, obedientes,
sumisas, dependientes y vulnerables. A los chicos, por el contrario se les
refuerzan que sean valientes, autónomos, decididos, firmes e incluso agresivos.
Esto me recuerda a los estereotipos más marcados de violencia de género, donde
en sus polos más extremos se mostrarían al maltratador y a la mujer
maltratada, encontrándose en ésta frecuentemente una depresión encubierta. Por
tanto, la mayor predisposición de las mujeres a esta enfermedad es su propio
estereotipo de feminidad.
Sin embargo, aunque es un problema muy grave y que afecta a muchas
personas, sólo una de cada diez acude al especialista, poniéndose totalmente en
manos de su médico de atención primaria, el cual debería principalmente
escucharle, ya que la persona necesita desahogarse. Más importante aún que
medicar es sentirse comprendido y valorar qué hay detrás de esos síntomas. En
algunas ocasiones el abuso de medicalización por parte del especialista viene
por la dificultad profesional de escuchar y atender al paciente. Los
fármacos son una vía más rápida, aunque con consecuencias más duraderas a largo
plazo (como problemas físicos o dependencia al fármaco). Por lo que más allá de
anestesiar lo qué se siente es importante escuchar.
En estos últimos días los medios
de comunicación nos están informando acerca de los terribles desahucios que
están viviendo las familias españolas, cuyo desencadenante más preocupante y directo
ha sido el suicidio de dos personas y el intento fallido de otra. El suicidio
es la tercera causa de muerte en nuestro país, seguido de las enfermedades
cardiovasculares y el cáncer. Según el INE, en 2010 se suicidaron en España más
de 3000 personas y aunque el suicidio es un problema gravísimo, me planteo
hasta que punto es prudente que los medios hablen sobre este asunto, o por el
contrario sea mejor omitirlo. En numerosos estudios, se ha comprobado que las
noticias sobre suicidios pueden inducir a intentos autolíticos en personas
susceptibles. En el asunto de los desahucios ¿qué tipo de influencia se está ejerciendo? Es cierto que los medios
de comunicación tienen mucho poder en temas de salud, pero todo depende de cómo se
trate la información. Pueden ayudar en la prevención del suicidio o pueden
precipitarlo.
La consecuencia más directa de la
crisis económica que afecta en mayor grado a las personas es la pérdida de
empleo. Trabajar es una expectativa social y cultural adquirida desde la
infancia y, desde entonces continuamente reforzada a través de las influencias
de la escuela, la familia y los medios de comunicación. No sólo es la fuente de
poder adquisitivo para la persona, también estimula el desarrollo personal y el
autoconcepto. El primer gran impacto del desempleo en la sociedad es el llamado
Síndrome de Invisibilidad. Cuando las
personas padecen este síndrome sienten que no las “ven”, vagan por la ciudad
observando que todo a su alrededor sigue funcionando y que sin embargo ellos ya
no pertenecen al mercado productivo.
A partir de ahí, la sensación de
fracaso y derrota deriva en un malestar aún mayor. Si el desempleo continúa, lo
cual es muy habitual, y la persona no es capaz de afrontar la situación de
forma adecuada, pueden aparecer pensamientos negativos relacionados con la
incapacidad personal y la reestructuración del cambio de status social y
económico. Estos factores pueden acabar produciendo trastornos de ansiedad,
episodios depresivos y ataques directos a la autoestima. Más aún, ¿qué es lo que
lleva a la persona a quitarse la vida? Es importante aclarar que el suicidio es
un fenómeno en el que intervienen múltiples factores. El desahucio es un trampolín
que precipita el acto, pero detrás hay un grave problema psicológico y/o
psiquiátrico que predispone a la persona a actuar de esta manera.
Existen dos hechos traumáticos
para el ser humano que son la pérdida de un hijo o familiar y la pérdida de la
seguridad. El hogar es un símbolo de seguridad. Es una extensión de la propia
personalidad. Hemos sido educados en un modelo social que enfatiza la
importancia de adquirir una vivienda como forma de crecimiento personal. La
preocupación en torno a la pérdida puede provocar una reacción de estrés tan
grande que supere la de los propios trastornos de ansiedad. Perder la casa es
perder la seguridad, quedarse en la nada, sentirse vacío y sin sentido. Esto lleva a la
persona a cometer un hecho desesperado donde no hay más salida que quitarse la vida.
Sin embargo, el suicidio se puede evitar y
para poder prevenirlo es necesario que las personas hablen sobre el tema, que
puedan acudir a un profesional que les pueda tratar y muy importante es pactar con ellos un aplazamiento en su decisión de quitarse la vida. Por ello, no únicamente es necesaria la
modificación de la ley hipotecaria sino que habría que mejorar el acceso al
sistema sanitario para prevenir consecuencias desastrosas. Mas allá de las implicaciones
financieras y económicas que trae consigo el tema de los desahucios, tendríamos
que hacer una seria reflexión acerca de las consecuencias psicológicas y
personales de un problema que debería formar parte de la responsabilidad
social, del sistema político, del sistema bancario y en general de toda la
sociedad.
Hoy os muestro este divertido vídeo que nos facilita una forma rápida y eficaz de acabar con nuestros problemas. Cómo solucionarlo todo en menos de cinco minutos. Entre risas por lo irreal de la sesión hay una reflexión de fondo que es bien cierta:
Debemos parar nuestra forma de actuar porque nos provoca aquello que no deseamos
Si bien es cierto que en la mayoría de las ocasiones conocemos cual sería la solución a nuestros problemas, optamos por elegir un camino que nos conduce al estrés, a las frustraciones y a los conflictos.
Los cambios son posibles, sólo necesitas creer en ti. Tener voluntad, valor y capacidad para parar de una vez por todas el patrón de vida negativo que ha estado guiando nuestra vida.
Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo (Albert Einstein)
El intelecto busca,
pero es el corazón quien halla (George
Sand)
Hoy día, las situaciones que
vivimos ponen a prueba nuestro equilibrio emocional. Cuando miramos a nuestro
alrededor vemos personas que pese a las circunstancias son capaces de superar
cualquier crisis y observar las dificultades desde una óptica diferente,
sacando el máximo potencial de aprendizaje. Esto es la Inteligencia Emocional.
Es la capacidad de reconocer los sentimientos propios y los de los demás, para
así manejar bien las emociones en nosotros mismos y en nuestras relaciones.
Este término popularizado por Goleman surge en los 90 y es muy investigado en
la actualidad, sobre todo en el ámbito empresarial y escolar.
Lo que nos guía en la mayor parte
de las situaciones difíciles es la madurez emocional, pero y entonces, ¿qué es
lo que ocurre con la Inteligencia Racional? ¿Para qué usamos las habilidades
cognitivas tales como pensar o razonar? Tenemos
una mente que piensa y otra que siente, pero no se oponen. Ambas interactúan
para buscar un equilibrio, ya que los sentimientos son indispensables para la
toma racional de decisiones, porque nos orientan en la dirección adecuada para
sacar el mayor provecho a las posibilidades que nos ofrece la fría lógica.
Este constructo incluye a su vez
dos tipos de inteligencia. Una de ellas es la Inteligencia Personal que está
compuesta por una serie de competencias que determinan el modo en que nos
relacionamos con nosotros mismos.
-Conciencia en uno mismo. Reconocer y entender el
propio estado de ánimo, las emociones e impulsos, así como el efecto que ejerce
en los demás.
-Autorregulación o control de sí mismo. Capacidad
de controlar nuestras propias emociones e impulsos, responsabilizarse de los
propios actos, pensar antes de actuar.
-Automotivación. Habilidad de estar en un estado
de continua búsqueda y persistencia en la consecución de objetivos.
El otro tipo, la Inteligencia
Interpersonal contiene competencias que tienen que ver con la capacidad de relacionarse
con quienes nos rodean y de crear una red de relaciones sanas.
-Empatía. Habilidad para entender las necesidades
y sentimientos de los demás, poniéndose en su lugar y responder correctamente a
sus reacciones emocionales.
-Destreza social. Capacidad para persuadir e
influir sobre los demás.
Se ha demostrado que
las personas con Inteligencia emocional
tienen mayor bienestar psicológico, mejor salud física, mejor desarrollo de las relaciones
socio-afectivas y laborales, así como mayor motivación en la consecución de objetivos.
Los índices revelan una correlación negativa con la depresión, la ansiedad y el
neuroticismo. También previene enfermedades psicosomáticas producidas por
desequilibrios emocionales permanentes, tales como rabia o angustia.
Sin embargo, estas habilidades no son innatas, sino que se
aprenden durante el desarrollo, ya sea en la infancia con los padres, en la
escuela y con los iguales. De ahí la importancia que se está dando últimamente
a que en los colegios se pueda transmitir y trabajar estos objetivos. Todo ello
con el fin de que la persona pueda crecer en un mundo cada vez más competitivo.
Los circuitos neurológicos involucrados en nuestra aptitud
emocional pueden alterarse o reforzarse con la repetición de ciertos hábitos. Se
refuerzan cuando, por ejemplo, diariamente estamos enfadados, y esto hace que
se reconecte y reintegre nuestra red neuronal, la cual conecta de forma
duradera con nuestra identidad. Mediante aprendizaje se puede moldear algunos
aspectos de la realidad emocional. Pero para que el cerebro cambie sus hábitos
requiere que pase bastante tiempo, de forma que el viejo hábito queda reemplazado
gracias a la práctica constante. Los estudios clínicos demuestran que cuanto
más tiempo nos esforcemos por cambiar una conducta, más perdurable será el
cambio.
Una vez que somos capaces de reconocer nuestros diferentes
sentimientos, nuestra capacidad de controlarlos es mucho mayor. De esta forma,
las emociones pueden guiar todas las actitudes de nuestra vida hacia pensamientos
y hábitos constructivos que mejoren en forma absoluta los resultados que
queremos alcanzar.