lunes, 26 de noviembre de 2012

AUTORREGULACIÓN EMOCIONAL. ESTRATEGIAS PARA AFRONTAR EL CAMBIO



                      “Sé tú el cambio que quieres ver en el mundo” (Ghandi)

En algún momento todos hemos experimentado sentimientos que hemos bloqueado. Hemos sentido ganas de llorar o nos ha molestado algo, pero finalmente decidíamos contenernos, no llegando al llanto ni explicando el motivo de nuestro disgusto. Tomamos una posición defensiva ante los problemas. Nos ponemos una coraza que nos ayuda a protegernos de las heridas y amenazas externas. En muchas ocasiones, este tipo de actuación ejerce una función positiva. El problema surge cuando esta coraza actúa de forma permanente y nos sentimos amenazados en todas las situaciones.

Cuando el sistema afectivo se colapsa, como en los casos de ira extrema, es el cuerpo el que experimenta la emoción. El exceso de energía se acumula en el organismo, aumentando en exceso la activación e impidiendo el abordaje adecuado de la situación. Si, por el contrario, se decide contener la emoción, no expresarla y evitarla, se está destinando la energía activada a inhibir la vivencia emocional. Esto repercute en el estado general de salud y en la aparición de somatizaciones. Sin embargo, el cambio es posible. Podemos a aprender a autorregularnos. La autorregulación es la capacidad de gestionar y canalizar de forma adecuada nuestras emociones ante las diversas situaciones. Lo que supone un reto es hacerlo correctamente en aquellas situaciones y emociones que no nos gustan o que suponen una amenaza.

En lo que a emociones se refiere, en extremos, tenemos, por un lado, a aquellas personas que niegan o evitan la emoción en todo momento, sufriendo un estado de “anestesia emocional”. Éste sería el caso de la Alexitimia. Las personas que la padecen se sienten incapaces de expresar sus emociones, ya que se han negado a sentir hasta tal punto que han perdido la capacidad de reconocimiento y diferenciación. Ante una emoción muy intensa pueden llegar a sentir bloqueo, sin saber qué les está pasando. No pueden expresar si es rabia, miedo o angustia. Por otro lado, encontraríamos a las personas hipersensibles o aquellas que se sienten desbordadas fácilmente por los sentimientos. El problema de la labilidad emocional es que se quedan atrapadas en una determinada emoción, no emitiendo ninguna respuesta o reacción ante la situación. Suelen poseer una alta activación fisiológica, lo que les hace estar constantemente en un estado de estrés.

La respuesta emocional surge en interrelación con el pensamiento y la conducta. Una emoción concreta activa un tipo de pensamiento, que a su vez genera una conducta. Dado que no es algo aislado, es necesario influir en los tres sentidos. La autorregulación emocional trabaja, en primer lugar, más que la conducta, el reconocimiento y aceptación de la emoción, esto es, darse cuenta de qué se piensa y entonces así poder determinar la conducta más adecuada. El cambio de conducta nos puede generar mayor estrés y malestar inicialmente, entendiéndolo  como un proceso de adaptación, aunque éste sea para mejorar nuestra forma de actuar. Ante el malestar podemos quedarnos como estábamos o asumir un compromiso para afrontar el cambio. Para ello hay que una serie de pasos que nos ayudará en el afrontamiento de las situaciones.

  1. Identificación de la causa de estrés: Puede ser originado por el medio externo o bien vivenciado por nosotros mismos. En ambos casos, tiene que ver con la interpretación que hacemos de la situación y cómo nos influye a la hora de pensar y actuar.
  2. Identificación de nuestras propias resistencias: Estamos acostumbrados a actuar de una determinada manera,  por lo que comprometernos al cambio y ejecutarlo puede llevar a grandes dificultades. Aparecen nuestras resistencias internas, al percibir el cambio como amenazante, ya que sólo vemos lo que conocemos. Actuamos repitiendo los mismos patrones de comportamiento a través de las situaciones. Es lo que se conoce como estabilidad conductual. Darse cuenta de ello es importante y cuestionar nuestras propias creencias y actitudes es necesario para comenzar a salir de nuestra zona de confort, que es la que ha regido nuestra vida.
  3. Valorar y expresar: Reflexionar sobre lo que queremos “soltar”. Para ello, es necesario ver si queremos actuar como lo hemos hecho hasta ahora o bien, asumir el riesgo hacia el cambio, aunque no se ajuste de entrada a nuestros principios básicos. Es importante pararse a pensar y luego actuar.
  4. Actitud activa ante el cambio: La única fórmula que nos puede ayudar a ver de una forma diferente la realidad es el aprendizaje y el afán de superación. Es como cuando un niño aprende a montar en bicicleta. Con entrenamiento y esfuerzo lo acaba consiguiendo. El aprendizaje es una habilidad que de      adultos perdemos, pues nos fijamos más en los resultados y menos en el proceso. El miedo al fracaso nos inhabilita la capacidad para aprender.
  5. Aprendizaje y crecimiento: No hay que negar la emoción desagradable. Es necesario sentirla y dejar que el tiempo pase. Cuando disminuye la intensidad elaboramos las explicaciones lógicas sobre qué ha podido fallar, qué tenemos que mejorar, qué necesitamos…Siempre debemos mostrar apertura hacia nuevas ideas y oportunidades válidas que nos ayuden a avanzar.
En definitiva, nadie dijo que fuera un camino fácil pero el desarrollo de la inteligencia emocional es posible. Para cambiar primero hay que querer y no olvidar cuál es nuestro fin. Sólo así conseguiremos modificar nuestros patrones de conducta y canalizar nuestras emociones de forma adecuada en nuestras relaciones con los demás y con nosotros mismos.




LA DEPRESIÓN EN LA SOCIEDAD (I)


          El hombre que se levanta es aún más grande que el que no ha caído 
                                          (Concepción Arenal)

La depresión es actualmente uno de los grandes males de nuestro siglo. La sociedad habla mucho de ella, pero paradójicamente poco se sabe de este trastorno. Conocer exactamente qué es nos ayudará a perderle el miedo y a poder prevenirla. Este será el primero de otros posts relacionados con esta problemática tan importante hoy día, pues afecta a seis millones de personas en nuestro país. Según la OMS, se considera la primera causa mundial de discapacidad, y el origen del 27% de todos los años de discapacidad generados por todas las afecciones.

Los síntomas psicológicos principales son una profunda tristeza, la pérdida de interés o de la capacidad para experimentar placer. La persona tiene una imagen negativa de sí misma, no ve futuro ni esperanza y percibe una imagen distorsionada de la realidad. Le inundan sentimientos de inutilidad, culpa y ausencia de deseo por vivir. Estos síntomas no son transitorios sino que permanecen de forma estable durante bastante tiempo. A la persona le asaltan constantemente pensamientos autodestructivos. Disminuye su rendimiento intelectual y su capacidad de concentración en la toma de decisiones. Y además, presenta un riesgo de suicidio treinta veces mayor que la población general, siendo este riesgo más probable tras ocho o nuevo meses de remisión.

Los síntomas físicos que se manifiestan son la fatiga o la pérdida de energía, el enlentecimiento generalizado y el insomnio, o por el contrario la hipersomnia. Las relaciones interpersonales se reducen y la persona tiende al aislamiento y a la incomunicación. Puede predisponer a otras enfermedades físicas y es un factor de riesgo en el infarto de miocardio. Es muy probable que las personas que lo sufren y se deprimen tras el suceso, incrementen por cuatro el riesgo de mortalidad en los seis meses siguientes. La depresión eleva la posibilidad de sufrir de nuevo un infarto.

Los trastornos depresivos tienen muchas formas de presentación. Pueden variar desde procesos de duelo del fallecimiento de un ser querido, hasta trastornos más severos en los que aparecen ideas delirantes autodestructivas y de culpa. Pueden presentarse de forma encubierta en otros problemas; como los trastornos de alimentación, la violencia de género o los trastornos de conducta. Y sus causas pueden ser genéticas o psicológicas o bien sociales. Es interesante el papel de la genética en este asunto. Sin embargo, creo que más importante resulta el papel que juega la educación y la sociedad en esta enfermedad.

Vivimos en tiempos de estrés, de prisas, donde no nos detenemos a pensar lo que sentimos, lo que nos ocurre. Se nos inculca un modelo ideal a conseguir: una familia, una casa, hijos, un buen trabajo. La ausencia del logro de los objetivos conduce a la infelicidad y como consecuencia a la depresión. Vales por lo qué tienes, no por lo qué eres. Así se definiría la mentalidad occidental donde el constante afán de superación puede conducir directamente al fracaso. Esto se traduce en altas tasas por bajas laborales en la población, donde la ansiedad y la depresión llevan al desbordamiento psicológico.

Todo acontecimiento o suceso necesita un tiempo para procesar y sentir. Ante una pérdida por duelo, la persona necesita un tiempo físico y mental para elaborar lo sucedido y para aprender a vivir sin la persona que ha perdido. La frialdad de nuestra era y la necesidad de no experimentar tristeza hace que no se pueda elaborar su duelo de manera adaptativa. Evitando sufrir por la pérdida, intentando retomar la actividad del día a día dejándote llevar e intentando no pensar sólo lleva al desarrollo de trastornos depresivos y cuadros de ansiedad.

La depresión es un problema más frecuente en las mujeres, siendo el doble que en los hombres. Las causas de depresión en mujeres obedecen más a  factores emocionales relacionados con el estereotipo femenino. Desde la infancia se educa a las niñas para que sean amables, afectivas con los demás, obedientes, sumisas, dependientes y vulnerables. A los chicos, por el contrario se les refuerzan que sean valientes, autónomos, decididos, firmes e incluso agresivos. Esto me recuerda a los estereotipos más marcados de violencia de género, donde en sus polos más extremos se mostrarían al maltratador y a la mujer maltratada, encontrándose en ésta frecuentemente una depresión encubierta. Por tanto, la mayor predisposición de las mujeres a esta enfermedad es su propio estereotipo de feminidad.

Sin embargo, aunque es un problema muy grave y que afecta a muchas personas, sólo una de cada diez acude al especialista, poniéndose totalmente en manos de su médico de atención primaria, el cual debería principalmente escucharle, ya que la persona necesita desahogarse. Más importante aún que medicar es sentirse comprendido y valorar qué hay detrás de esos síntomas. En algunas ocasiones el abuso de medicalización por parte del especialista viene por la dificultad profesional de escuchar y atender al paciente.  Los fármacos son una vía más rápida, aunque con consecuencias más duraderas a largo plazo (como problemas físicos o dependencia al fármaco). Por lo que más allá de anestesiar lo qué se siente es importante escuchar.


















martes, 13 de noviembre de 2012

CRISIS ECONÓMICA ¿QUIÉN HABLA DE SUS IMPLICACIONES PSICOLÓGICAS?


En estos últimos días los medios de comunicación nos están informando acerca de los terribles desahucios que están viviendo las familias españolas, cuyo desencadenante más preocupante y directo ha sido el suicidio de dos personas y el intento fallido de otra. El suicidio es la tercera causa de muerte en nuestro país, seguido de las enfermedades cardiovasculares y el cáncer. Según el INE, en 2010 se suicidaron en España más de 3000 personas y aunque el suicidio es un problema gravísimo, me planteo hasta que punto es prudente que los medios hablen sobre este asunto, o por el contrario sea mejor omitirlo. En numerosos estudios, se ha comprobado que las noticias sobre suicidios pueden inducir a intentos autolíticos en personas susceptibles. En el asunto de los desahucios ¿qué tipo de influencia  se está ejerciendo? Es cierto que los medios de comunicación tienen mucho poder en temas de salud, pero todo depende de cómo se trate la información. Pueden ayudar en la prevención del suicidio o pueden precipitarlo.

La consecuencia más directa de la crisis económica que afecta en mayor grado a las personas es la pérdida de empleo. Trabajar es una expectativa social y cultural adquirida desde la infancia y, desde entonces continuamente reforzada a través de las influencias de la escuela, la familia y los medios de comunicación. No sólo es la fuente de poder adquisitivo para la persona, también estimula el desarrollo personal y el autoconcepto. El primer gran impacto del desempleo en la sociedad es el llamado Síndrome de Invisibilidad. Cuando las personas padecen este síndrome sienten que no las “ven”, vagan por la ciudad observando que todo a su alrededor sigue funcionando y que sin embargo ellos ya no pertenecen al mercado productivo.

A partir de ahí, la sensación de fracaso y derrota deriva en un malestar aún mayor. Si el desempleo continúa, lo cual es muy habitual, y la persona no es capaz de afrontar la situación de forma adecuada, pueden aparecer pensamientos negativos relacionados con la incapacidad personal y la reestructuración del cambio de status social y económico. Estos factores pueden acabar produciendo trastornos de ansiedad, episodios depresivos y ataques directos a la autoestima. Más aún, ¿qué es lo que lleva a la persona a quitarse la vida? Es importante aclarar que el suicidio es un fenómeno en el que intervienen múltiples factores. El desahucio es un trampolín que precipita el acto, pero detrás hay un grave problema psicológico y/o psiquiátrico que predispone a la persona a actuar de esta manera.

Existen dos hechos traumáticos para el ser humano que son la pérdida de un hijo o familiar y la pérdida de la seguridad. El hogar es un símbolo de seguridad. Es una extensión de la propia personalidad. Hemos sido educados en un modelo social que enfatiza la importancia de adquirir una vivienda como forma de crecimiento personal. La preocupación en torno a la pérdida puede provocar una reacción de estrés tan grande que supere la de los propios trastornos de ansiedad. Perder la casa es perder la seguridad, quedarse en la nada, sentirse vacío y sin sentido. Esto lleva a la persona a cometer un hecho desesperado donde no hay más salida que quitarse la vida.

Sin embargo, el suicidio se puede evitar y para poder prevenirlo es necesario que las personas hablen sobre el tema, que puedan acudir a un profesional que les pueda tratar y muy importante es pactar con ellos  un aplazamiento en su decisión de quitarse la vida. Por ello, no únicamente es necesaria la modificación de la ley hipotecaria sino que habría que mejorar el acceso al sistema sanitario para prevenir consecuencias desastrosas. Mas allá de las implicaciones financieras y económicas que trae consigo el tema de los desahucios, tendríamos que hacer una seria reflexión acerca de las consecuencias psicológicas y personales de un problema que debería formar parte de la responsabilidad social, del sistema político, del sistema bancario y en general de toda la sociedad.  




viernes, 9 de noviembre de 2012

TERAPIA EN 5 MINUTOS


Hoy os muestro este divertido vídeo que nos facilita una forma rápida y eficaz de acabar con nuestros problemas. Cómo solucionarlo todo en menos de cinco minutos. Entre risas por lo irreal de la sesión hay una reflexión de fondo que es bien cierta:

 Debemos parar nuestra forma de actuar porque nos provoca aquello que no deseamos

Si bien es cierto que en la mayoría de las ocasiones conocemos cual sería la solución a nuestros problemas, optamos por elegir un camino que nos conduce al estrés, a las frustraciones y a los conflictos.

Los cambios son posibles, sólo necesitas creer en ti. Tener voluntad, valor y capacidad para parar de una vez por todas el patrón de vida negativo que ha estado guiando nuestra vida.

Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo (Albert Einstein)





martes, 6 de noviembre de 2012

INTELIGENCIA EMOCIONAL ¿PODEMOS CAMBIAR LO QUE SENTIMOS?



              El intelecto busca, pero es el  corazón quien halla (George Sand)

Hoy día, las situaciones que vivimos ponen a prueba nuestro equilibrio emocional. Cuando miramos a nuestro alrededor vemos personas que pese a las circunstancias son capaces de superar cualquier crisis y observar las dificultades desde una óptica diferente, sacando el máximo potencial de aprendizaje. Esto es la Inteligencia Emocional. Es la capacidad de reconocer los sentimientos propios y los de los demás, para así manejar bien las emociones en nosotros mismos y en nuestras relaciones. Este término popularizado por Goleman surge en los 90 y es muy investigado en la actualidad, sobre todo en el ámbito empresarial y escolar.

Lo que nos guía en la mayor parte de las situaciones difíciles es la madurez emocional, pero y entonces, ¿qué es lo que ocurre con la Inteligencia Racional? ¿Para qué usamos las habilidades cognitivas tales como pensar o razonar?  Tenemos una mente que piensa y otra que siente, pero no se oponen. Ambas interactúan para buscar un equilibrio, ya que los sentimientos son indispensables para la toma racional de decisiones, porque nos orientan en la dirección adecuada para sacar el mayor provecho a las posibilidades que nos ofrece la fría lógica.

Este constructo incluye a su vez dos tipos de inteligencia. Una de ellas es la Inteligencia Personal que está compuesta por una serie de competencias que determinan el modo en que nos relacionamos con nosotros mismos.

-          Conciencia en uno mismo. Reconocer y entender el propio estado de ánimo, las emociones e impulsos, así como el efecto que ejerce en los demás.
-          Autorregulación o control de sí mismo. Capacidad de controlar nuestras propias emociones e impulsos, responsabilizarse de los propios actos, pensar antes de actuar.
-          Automotivación. Habilidad de estar en un estado de continua búsqueda y persistencia en la consecución de objetivos.

El otro tipo, la Inteligencia Interpersonal contiene competencias que tienen que ver con la capacidad de relacionarse con quienes nos rodean y de crear una red de relaciones sanas.

-          Empatía. Habilidad para entender las necesidades y sentimientos de los demás, poniéndose en su lugar y responder correctamente a sus reacciones emocionales.
-          Destreza social. Capacidad para persuadir e influir sobre los demás.

Se ha demostrado que  las personas con Inteligencia emocional  tienen mayor bienestar psicológico, mejor salud  física, mejor desarrollo de las relaciones socio-afectivas y laborales, así como mayor motivación en la consecución de objetivos. Los índices revelan una correlación negativa con la depresión, la ansiedad y el neuroticismo. También previene enfermedades psicosomáticas producidas por desequilibrios emocionales permanentes, tales como rabia o angustia.

Sin embargo, estas habilidades no son innatas, sino que se aprenden durante el desarrollo, ya sea en la infancia con los padres, en la escuela y con los iguales. De ahí la importancia que se está dando últimamente a que en los colegios se pueda transmitir y trabajar estos objetivos. Todo ello con el fin de que la persona pueda crecer en un mundo cada vez más competitivo.

Los circuitos neurológicos involucrados en nuestra aptitud emocional pueden alterarse o reforzarse con la repetición de ciertos hábitos. Se refuerzan cuando, por ejemplo, diariamente estamos enfadados, y esto hace que se reconecte y reintegre nuestra red neuronal, la cual conecta de forma duradera con nuestra identidad. Mediante aprendizaje se puede moldear algunos aspectos de la realidad emocional. Pero para que el cerebro cambie sus hábitos requiere que pase bastante tiempo, de forma que el viejo hábito queda reemplazado gracias a la práctica constante. Los estudios clínicos demuestran que cuanto más tiempo nos esforcemos por cambiar una conducta, más perdurable será el cambio.

Una vez que somos capaces de reconocer nuestros diferentes sentimientos, nuestra capacidad de controlarlos es mucho mayor. De esta forma, las emociones pueden guiar todas las actitudes de nuestra vida hacia pensamientos y hábitos constructivos que mejoren en forma absoluta los resultados que queremos alcanzar.