martes, 4 de noviembre de 2014

LA BURBUJA DE LOS TRASTORNOS MENTALES

El de la locura y el de la cordura son dos países limítrofes, de fronteras tan imperceptibles, que nunca puedes saber con seguridad si te encuentras en el territorio de la una o en el territorio de la otra
(Arturo Graff)

Frases que oigo mucho últimamente “¿Tengo un trastorno obsesivo compulsivo?” o bien “Soy una depresiva mayor con episodios recurrentes”. No vienen sólo de la consulta, también fuera de ella. ¿Acaso estamos en una nueva epidemia: la gran enfermedad mental? Y sobre todo, la maravillosa palabra TRASTORNO. Si, esa con la que se excusa todo, una vez que la oyes ya sólo dices “claro, como X tiene un trastorno no puede comportarse de forma normal”. Se usa tanto hoy día, que me planteo si alguien sabe realmente qué es o qué pasa ahora que hay tanto trastorno. Antes apenas habían trastornos, o se oía menos hablar de ello. Ahora parece que se van multiplicando y cada vez hay más. Incluso los niños. Realmente me parece duro etiquetar a un niño, pero la realidad es que cada vez hay más diagnósticos de TDAH (Trastorno por déficit de atención y/o hiperactividad)y un consumo innecesario de fármacos en menores. Considero más importante entrenar al niño en competencias para su mejor desarrollo cognitivo, emocional y social que medicarlo durante años. Mas que nada porque el propio creador del TDAH, Eisenberg, antes de morir reconoció que creó el diagnóstico para vender pastillas y que era una enfermedad "pseudoficticia", es decir "medio-inventada".

La realidad es que el diagnóstico aumenta enormemente y si te detienes a pensarlo un momento, hace unos años apenas había niños con TDAH. Lo importante sería intervenir con el niño y sus padres, favoreciendo las normas y los límites, resurgiendo los propios recursos del sistema familiar y no aislar al niño como alguien con un problema. En nuestra sociedad es habitual que los dos padres trabajen y cuando llegan a casa, a veces el cansancio se apodera y no son capaces de atender las demandas del niño. Por ello, que el abordaje no sería individual ("trata el síntoma y déjame a mí tranquilo"), sino que supone aunar fuerzas para el beneficio de toda la familia.

Con la etiqueta trastorno, algunas personas se quedan pasivas ante la vida. Asumen que no pueden cambiar, y que su diagnóstico es algo estable en el tiempo y que no van a mejorar ni sentirse más felices porque no son como los demás. Primer error. Por muy grave que sea el problema (un trastorno de personalidad o uno bipolar) siempre puedes hacer por sentirte mejor y por encontrar de nuevo el camino perdido. Implicarte en un tratamiento psicológico, además del farmacológico, entender que la responsabilidad para cambiar está en ti  y que el profesional que está delante te va a acompañar y va a ayudarte a que encuentres tus propios recursos y a que mejores tu calidad de vida.

Al final, psicólogos y psiquiatras sacamos la información sobre las enfermedades mentales del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM), que contiene una larga clasificación. Hay muchos, muchísimos, tantos que una persona de fuera del mundillo se quedaría “trastornada” de conocer algunos. Por ejemplo estaría, el trastorno facticio por poderes (conocido como síndrome de Muchausen por poderes). Es una forma de maltrato infantil, en la que alguno de los padres induce en el niño síntomas reales o inventados que parezcan una enfermedad, con el objetivo de buscarle asistencia médica innecesaria. El padre o madre proyecta en el hijo su necesidad de satisfacer la propia atención médica. De hecho, puede contar en su historia médica con similares enfermedades a las que presenta el niño. Si esto no es para volverse loco, al menos lo es casi. Pero si, existe y está recogido. Pero otra cosa es que se realice el diagnóstico de forma favorable y, por supuesto, tampoco es muy habitual.

Con el DSM, los clínicos y los investigadores de las ciencias de la salud pueden diagnosticar, estudiar e intercambiar información. Pero al final es una información basada en la observación y en la aplicación de pruebas que no son objetivas. Por lo que, a diferencia de otras enfermedades físicas, donde las pruebas corroboran el diagnóstico, en la enfermedad mental el diagnóstico es subjetivo y va a depender de lo que refiera el paciente y el ojo del clínico. Lo que para una persona puede ser un episodio depresivo para otra puede ser una mala racha en la que las circunstancias no ayudan a sentirse mejor. Lo que quiero decir con ello, es que la precisión de determinar un diagnóstico de, por ejemplo depresión mayor, es un proceso muy exhaustivo, y que requiere más de los habituales 15 minutos. La mayoría de las veces lo que le pasa a la gente son problemas reactivos a la situación que estén viviendo, los problemas de la vida.

Antes un duelo por la pérdida de un familiar se respetaba durante años. El luto era algo que se entendía como parte de nuestra cultura y era necesario experimentarlo. Ahora si estás más de dos meses, se considera que se tiene un trastorno depresivo mayor, y gran parte de las veces, se medica a la persona para que no sienta tanto el dolor. Realmente, ¿a dónde estamos llegando? El psiquiatra Allen Frances (director del comité del DSM IV) en su libro, recién publicado, ¿Somos todos enfermos mentales? critica duramente la creación de numerosas enfermedades y el desarrollo de muchas de ellas en "personas con problemas de vida" a través del consumo de psicofármacos. El libro habla sobre el aumento de la psicopatologización en nuestros días y esta tendencia está teniendo mucho que ver con los intereses comerciales de la industria psicofarmaceútica, siendo considerada como el mayor sistema de invención de trastornos mentales y de su tratamiento. Cómo es posible que se inventen enfermedades y que acaban convirtiéndose en reales. Se trataría de una cuestión ontológica, no meramente clínica o empírica, acerca de la naturaleza y modo de ser de los trastornos mentales. También aborda como la medicación mejora eficazmente los síntomas en aquellas personas que realmente lo necesitan por tener un grave trastorno. Pero desgraciadamente, estas personas suelen ser las que no acuden a los centros sanitarios o no suelen estar bien atendidas.

¿Hasta qué punto ayuda a alguien el tener un diagnóstico o una etiqueta? Hoy en día, hay una tendencia cada vez mayor en ver los síntomas desde la causalidad biológica, en detrimento de orígenes sociales y relacionales. El ver la enfermedad desde lo biológico entiende que una persona con bajo estado de ánimo o deprimida lo que produce es una bajada de serotonina. Por lo que muchas veces, la persona en tratamiento farmacológico ve lo que le ocurre como una enfermedad que espera compensarse cuando el medicamento haga su efecto, permaneciendo pasivo y dejándolo pasar sin más. ¿Acaso las circunstancias de la vida no producen malestar? Una pérdida, una ruptura o un despido son motivos suficientes para que alguien que está pasando una mala racha pueda desarrollar miedos, obsesiones y ansiedades. Pero ¿qué sucede si nos hacemos cargo de lo que nos pasa? Que nos responsabilizamos, somos dueños de nuestra vida y de nuestras decisiones. Ser conscientes de nuestras necesidades y fomentar nuestras potencialidades son pasos esenciales para salir del hoyo.

En nuestro medio, perseguimos la adicción y el tráfico de drogas. Pero estamos creando adictos a drogas legales y no pasa nada. ¿Acaso no es para pensarlo? Escudarse en un diagnóstico y estar en tratamiento psicofarmacológico no soluciona los problemas, al final se genera pasividad. Se necesita más. Y vivimos en un mundo rodeados de gente, con experiencias, circunstancias y problemas. Si se hace lo suficiente no se consigue, pero si se hace lo necesario si.

La vida es 10% de lo que me ocurre y 90% de como reacciono a ello